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Cuando entraba el Magistral, el ilustrísimo señor don Cayetano Ripamilán, aragonés, de Calatayud, apoyaba una mano en el mármol de la mesa, porque los codos no llegaban a tamaña altura, y exclamaba después de haber olfateado varias veces, como perro que sigue un rastro: Hame dado en la nariz olor de...

El señor de Monthélin debió convencerse de que aquella ocasión habíala olfateado mal. Sólo le quedaba hacer una retirada honrosa. Creo dijo que el señor de Lerne sale de aquí... Vamos ¡él se venga, es en buena guerra! Tomó su sombrero, se inclinó profundamente y ganó la puerta. Juana, al quedarse sola, comprendió por primera vez, el peligro real y odioso que había corrido casi inconscientemente.

Los del Camarote, que habían olfateado el asunto y les tenía con gran cuidado, obligaron a don Pedro Miranda a ofrecer también su casa, prometiendo abonar entre todos, los gastos que aquello le ocasionase. Pero el Duque ya estaba comprometido. No pudieron conseguir su propósito, aunque pusieron en juego bastantes influencias, lo que les llenó de ira y despecho, como acabamos de ver.

Heredar. ¿Y él? ¿Qué había hecho él? Conquistar. Cuando era su ambición de joven la que chisporroteaba en su alma, don Fermín encontraba estrecho el recinto de Vetusta; él que había predicado en Roma, que había olfateado y gustado el incienso de la alabanza en muy altas regiones por breve tiempo, se creía postergado en la catedral vetustense.

La puerta del corral estaba entornada. El perro, que sin duda había olfateado el agua, la empujó con el hocico. ¡Tuso!... le gritó la mujer. Pero como si este grito no bastara para ahuyentar al importuno huésped, cogió una piedra y se la arrojó con fuerza. El pobre animal esquivó el cuerpo lanzando un gruñido y enseñándole los colmillos a la mujer; luego continuó su camino.