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Ya tengo bastante de Monte-Carlo. ¡Lo que dejo aquí!... Dinero, ilusiones... Miguel se muestra discreto. Cree oler en su amigo el desengaño inesperado, la decepción, que necesitamos olvidar para que no continúe atormentándonos. Se acuerda de Valeria, y no ve en la persona del catedrático el menor vestigio que denuncie el roce con la mujer.

Y sin que renunciara a consagrar el resto del día al idealismo, en buen hora despertado por las relaciones de su amigo, consintió el Marquesito en pasar a la cocina de su casa, al oler lo que guisaban aquellas señoras. En la cocina de los Vegallana se reflejaba su positiva grandeza.

Yo me acercaba a todos los grupos a oler aquel guisado... ¡jum!, malo, malo; el ministerio Palanca se iba cociendo, se iba cociendo... A todas esas... ¡figúrate si estarían ciegos aquellos hombres!... a todas estas, fuera de las Cortes se estaba preparando la máquina para echarles la zancadilla.

Pero como todo lo que tenía de salvaje en la acepción completa de la frase el licenciado, lo tenía de activo, hizo llamar á aquella hora, que ya era bien entrada la noche, á un escribano, empezó por encabezar el proceso con la declaración testimoniada de lo que le había acontecido con el hombre de la capa, sin olvidarse de unir la denuncia original, é incontinenti con el mismo escribano y diez alguaciles, fuese á la calle de Amaniel, y con las linternas cerradas y la mayor cautela, escondiéronse él y sus gentes, de tal modo, que nadie, como no hubiera tenido la cualidad de oler á la justicia, hubiérala creído en aquellos lugares.

Y acentuando de una manera notabilísima aquella expresión de oler una cosa muy mala, añadió que todo lo que estaba pasando lo había previsto él, y que los sucesos no discrepaban ni tanto así de lo que día por día había venido él profetizando.

Ellos han venido á oler y fisgar, para decir luego entre los suyos, no lo que han visto, sino lo que han soñado, ó lo que han querido soñar para escribir una novela y producir un efecto cómico, á expensas de la honra de un pueblo noble y generoso, brusco quizá, inculto tal vez, pero generoso y confiado; tan generoso y tan confiado, que recibe con palmas y olivas á los que le insultan.

Ni aquello ni lo que había seguido: la ceguera de los sentidos, la brutalidad de las pasiones bajas, subrepticiamente satisfechas hasta el hartazgo; esto era vergonzoso, más que por nada por el secreto, por la hipocresía, por la sombra en que había ido envuelto; ahora, sin aprensión, sin escrúpulos, sin tormentos del cerebro, la dicha presente; aquella que gozaba en una mañana de Mayo cerca de Junio, contento de vivir, amigo del campo, de los pájaros, con deseos de beber rocío, de oler las rosas que formaban guirnaldas en las enramadas, de abrir los capullos turgentes y morder los estambres ocultos y encogidos en su cuna de pétalos.

Ha de tener del perro el olfato, para oler con tiempo dónde está la fiera, y el ladrar a los pobres; y ha de saber dónde hace presa, y dónde quiere Dios que hinque el diente.

El complemento de la nueva vida era para él cultivar una pequeña huerta, dándose la satisfacción de comer legumbres y oler flores que fuesen producto de su trabajo. Este hombre que había tenido un batallón de servidores en torno de él para las necesidades de su existencia, deseaba ahora bastarse á mismo, conocer la seguridad orgullosa del que sólo confía en sus brazos.

Era una niña por la frescura de su rostro y por la viveza de sus movimientos, aunque ya tenía cumplidos veintidós años. Te equivocas; hoy no puedo oler más que a tomillo respondió Reynoso sacando el puñado que traía en el bolsillo.