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Á la vuelta del restaurant de las Columnas, entrados ya en nuestra calle, hube de decir algo á mi compañera sobre la aventura del amigo; mi mujer se para repentinamente, me echa una ojeada terrible, suelta su brazo del mio, se cubre la cara con ambas manos, y arranca á llorar; pero un llorar que no podia contener, un llorar sin consuelo.

En esto entró la amable vecina, echó una ojeada al descarnado esqueleto cuyas angulosas formas dejaban adivinar los trapos que la cubrían. La cara parecía como fundida y achicada, pues la nariz afilada y las sienes hundidas dibujaban duramente sus líneas, y los párpados cerrados le daban una expresión de augusta calma y revelaban una belleza desaparecida hacía mucho tiempo.

Bastaba la visión de una carne desconocida, una sonrisa, una ojeada, para que diese al olvido juramentos y compromisos. Se insultaba fríamente, y para aminorar su culpa, incluía en esta vergüenza a todos sus semejantes. «Nos consideramos muy hombres, y tenemos un alma de cortesana.

Quien abandona la religion católica no sabe dónde refugiarse. Hemos seguido el camino que puede conducir á la religión católica; echemos una ojeada sobre el que se presenta, si nos apartamos de ella. Al abandonar la fe de la Iglesia, ¿dónde nos refugiamos? Si en el protestantismo, ¿en cuál de sus sectas? ¿Qué motivos de preferencia nos ofrece la una sobre la otra?

Este motivo me hizo sacudir la pereza e ir despacio, una mañana de noviembre, a la playa de las Ánimas. Fuí por el monte Izarra; quería recorrer aquel camino del acantilado que tantas veces pasé de niño, echar una ojeada a la cueva de la Egansuguía y recordar el olor de las aliagas y de los helechos, ya olvidado por desde la infancia.

Subiendo sobre los bancos de granito que se hallan dispuestos á uno y otro lado de la pared en forma de gradas, pudimos desde el alféizar de la ventana echar una ojeada al exterior sobre la profundidad de los fosos y partes arruinadas de la fortaleza; pero habíamos notado desde nuestra entrada las primeras gradas de una escalera practicada en el espesor de la muralla, y sentíamos una prisa infantíl por llevar adelante nuestros descubrimientos.

Desde la escena de San Diego Simoun no había vuelto á ver ni al joven ni á Capitan Tiago. ¿Cómo está el enfermo? preguntó echando una rápida ojeada por el cuarto y fijándose en los folletos que mencionamos cuyas hojas aun no estaban cortadas.

Currita se detuvo un momento en el dintel, sin perder su aire de niña tímida, de ingenua colegiala; oyó el himno, vio a Gorito, abarcó la situación con una sola y rápida ojeada... y dobló de repente el cuerpo con distinción exquisita, para contestar al saludo amadeísta con otro saludo de corte, profundo, pausado, a la derecha, a la izquierda, poniendo en elegantísima caricatura la ceremoniosa reverencia usual de la reina doña María Victoria.

Sánchez Morueta que leía un periódico sin notar la presencia de su mujer, acabó por levantar la cabeza. ¿Qué te parezco, Pepe? dijo ella con una sonrisa que contrastaba con el temblor de su voz. El millonario deslizó una rápida ojeada sobre su incitante esplendor de fruto maduro. No estás mal y fijó de nuevo sus ojos en el periódico. Ahora voy á volver á la elegancia.

Mi suegro saqueaba a sus huéspedes tan concienzudamente que, si hubiera tenido tres hijas más que casar, se habría hecho millonario. A eso llamaba él «resarcirse de los gastos de la boda». Eché una ojeada al salón de baile.