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Tal vez era Von Kramer el autor del crimen. Por algo le había encargado que anunciase á sus compatriotas que pronto oirían hablar de sus hazañas. ¡Y Ferragut había ayudado á la preparación de esta barbarie marítima!... «¿Qué has hecho?... ¿qué has hecho?», preguntó iracunda la voz mental de los buenos consejos. Una hora después sintió vergüenza de permanecer en la cubierta.

3 Y me dijo: Hijo de hombre, haz a tu vientre que coma, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel. 4 Me dijo luego: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras. 6 No a muchos pueblos de profunda habla ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y si a ellos te enviara, ellos te oirían.

Le oirían de seguro. ¿Como no, si había de decir cosas tan bellas? El estaba seguro de que las diría. Las palabras que había de decir estaban escritas con letras de fuego en el espacio. Ya el retrato avanzaba llevado por cuatro socios de la Fontana. Sonaba la música, el gentío rodeaba el lienzo, y todos se movían sin adelantar, oscilaban sin extenderse, se revolvían confundiéndose.

¡Quién estuviera allí! ¡Quién bogara como ellos hacia esos valles perdidos en los repliegues de la cordillera! ¡Quién pudiera seguirlos en sus giros misteriosos! A esa hora dormían las aves, callaban los vientos, y sólo se oirían en las vertientes, en los barrancos, en los desfiladeros, el aliento de las selvas, el pavoroso respirar de los bosques.

Oirían la primera misa en la capilla de los Desamparados, porque a doña Manuela, como buena valenciana, le parecía que ninguna misa del resto del año valía tanto como aquélla y después tomarían chocolate en un huerto de fresas, bajo un toldo de plantas trepadoras, recreándose el olfato con el olor de los campos de flores y el humillo del espeso soconusco.

Oirían después con mucho gusto sus obras sublimes; pero por el momento debía mostrarse bondadoso y al nivel del vulgo, tocando algo para bailar. Se contentaban con un vals, si es que sus convicciones artísticas le impedían descender hasta las danzas americanas.

Estas notas de los grandes maestros han resonado audazmente en toda la casa; desde el fondo de las habitaciones lejanas, las mujeres enlutadas esas mujeres tristes de los pueblos oirían llenas de espanto y de indignación las melodías de Chopín y Rossini. Una ráfaga de frescura y sanidad ha pasado por el aire; algo parecía conmoverse y desgajarse...

Lo mismo ha sucedido y sucede en el Paraguay; sin embargo, allá hay un cañon amarrado de firme á un poste dentro de cada fuerte, sin mas destino que el de dar aviso; pero como ni para eso sirven aquí, porque rara vez se oirian, podria escusarse el costo de las cureñas. No obstante, si á V. E. le parece, podrá quedar en cada fuerte ó fortin un cañon ó dos, retirando los demas y los artilleros.

No era que allí no tuviera ninguna influencia, pero la tenía en los menos. Cierto que cuando allí la creencia pura, la fe católica arraigaba, era con robustas raíces, como con cadenas de hierro. Pero si moría un obrero bueno, creyente, nacían dos, tres, que ya jamás oirían hablar de resignación, de lealtad, de fe y obediencia. El Magistral no se hacía ilusiones. El Campo del Sol se les iba.