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Varias veces al día llamaba a sus guardianes para preguntarles si no había llegado aún la orden de su excarcelación, y, al oír las respuestas negativas, arrugaba el ceño y se estremecía de ira. Se paseaba constantemente en su celda, las manos cruzadas por detrás, la cabeza baja, la mirada fija y dura.

Simón no podía perdonar a aquella gente el que se le tratase como a persona de poco más o menos, «en los momentos más críticos para la vida de los pueblos, y, por consiguiente, para la de los ciudadanos», como él decía en más de un monólogo que no llegó a oír su mujer.

Voy a confesar que, al oír esta noticia, sentí cierto cosquilleo por la parte de adentro, cuya sensación era semejante a si se me desprendiese de su sitio alguna entraña interesante, aunque sin dolor. Los cortos residuos de niebla que la manzanilla podía haber dejado en mi cerebro se evaporaron de súbito. En mi vida me sentí más despejado.

Este dios jamás baja á la iglesia á oir las súplicas de sus devotos, porque su oficio nunca le da treguas, pues á todas horas tiene viandantes que pasar.

Su boca muda se estremecía con nerviosas contracciones, lo mismo que si hablase á un ser misterioso que no necesitaba del sonido para oir.

La hermosa dama estaba en Biarritz, y vino en compañía de unas señoras francesas que deseaban conocer al torero. La vio una tarde. Se fue, y sólo supo de ella vagas noticias durante el verano, por las pocas cartas que recibió y por las nuevas que le comunicaba su apoderado luego de oír al marqués de Moraima.

Magdalena tiene alguna razón. ¿Verdad, caballero? dije con confianza. La abuela encuentra extraño que yo no manifieste gran simpatía por el matrimonio... Le aseguro a usted que preferiría mil veces permanecer soltera... Es sabido respondió la abuela en tono seco poniéndose las manos en los oídos para no oír el resto.

6 Por tu reprensión, oh Dios de Jacob, el carro y el caballo fueron adormecidos. 8 Desde los cielos hiciste oír juicio; la tierra tuvo temor y quedó quieta, 9 Cuando te levantaste, oh Dios, al juicio, para salvar a todos los mansos de la tierra. 10 Ciertamente la ira del hombre te acarreará alabanza; reprimirás el resto de las iras.

Siendo la política su caballo de batalla, después de ver en los cafés que todos los periódicos que leía decían de propios lo mismo que el del cirujano de su lugar escribía de mismo y de su partido, es decir, que eran unos santos, al paso que renegaban de todos los demás, fuese al Congreso, donde esperaba oir aquellos discursos que, impresos, le admiraban, y aquellos hombres que, pronunciándolos, le parecían semidioses ó criaturas de distinta naturaleza, forma y color que el resto de la humanidad.

Fortunata, desde que su tía empezó a hablar, lloraba a lágrima suelta; pero al oír lo de que iban a ser marquesas, una ráfaga de jovialidad pasó por encima de la onda de tristeza, y la joven se echó a reír con la cara anegada en llanto.