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Silas era tan incapaz de interpretar las letras como Dolly; sin embargo, no era posible, al oír las dulces palabras de la señora Winthrop, equivocarse sobre el deseo que tenía de hacer un bien. Respondió, pues, con más sentimiento que antes: Gracias, gracias de todo corazón.

Al oír este tremendo estrépito, el toro se paró, alzó la cabeza y pareció preguntar con sus encendidos ojos si todas aquellas provocaciones se dirigían a él, a él, fuerte atleta que hasta allí había sido generoso y hecho merced al hombre, tan pequeño y débil enemigo; reconoció el terreno y volvió precipitadamente la amenazadora cabeza a uno y otro lado.

Loado sea Dios, dixo, ya está la casa de mi buen huésped quemada hasta los cimientos, ¡Qué hombre tan feliz! Al oir estas palabras le viniéron tentaciones á Zadig de soltar la risa, de decir mil picardías al padre reverendo, de darle de palos, y de escaparse; pero las reprimió todas, siempre dominado por la superioridad del ermitaño, y le siguió hasta la última jornada.

Al oír los pasos del criado que se lo traía, Clara que estaba bordando debajo de la lámpara, se alzó precipitadamente de la silla, reconoció la azucarera donde sospechaba que ya no quedaba azúcar, y viendo confirmada su presunción, corrió al encuentro del criado y le hizo volver a la cocina.

Una mañana, después de oir misa con D. Valentín, estuvo Doña Blanca á visitar á Doña Antonia y á felicitarla por la venida de su cuñado; y fué con tal tino, que no se hallaba el Comendador en casa. Ni antes ni después de esta visita se dejaron ver Doña Blanca y D. Valentín de sus vecinos y amigos. En balde intentó repetidas veces Lucía sacar á paseo á Clara.

Farsa llamada Cornelia, en la cual se introducen las personas siguientes: un pastor llamado Benito, y otro llamado Antón, y un rufian llamado Pandulfo, y una mujer llamada Cornelia, y un escudero su enamorado, donde hay cosas bien apacibles para oir, hecha por Andrés Prado, estudiante. Medina del Campo, por Juan Godinez de Millis, año 1637. Coloquio.

Quiere decir que es usted de la hermandad de los bobos añadió una moza que frontera a D. Paco estaba . Con su voz de matraca no nos deja oír los escursos. Haya paz, señores exclamó un tercero y silencio. Aquí no se viene a lamentarse de que los asnos no puedan entrar en la heredad ajena. El asno será él.

Me parece apuntó aquí la Esfinge con su voz de fantasma que sin tanto cumplimiento nos entenderíamos mejor y mucho antes. La marquesa cayó en un nuevo asombro al oír la voz de aquella estatua; y si hubiera sabido con qué mote se la conocía, quizás habría tomado la cosa más en serio, creyéndose transportada a los tiempos fabulosos.

No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gusto oír sus necedades.

El blanco albornoz de la incógnita pasó rozando el terciopelo granate del abrigo de Currita, y una frase alemana, que esta pudo oír y no pudo entender: «Ahí la tienes», pareció caer entonces de la nariz corva y afilada, y ambos fantasmas desaparecieron entre el gentío precedidos de un groom monísimo que apenas contaría doce años.