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Y entonces ella, que calla y oculta su secreto en lo más hondo del corazón, hablará también, y quedito, muy quedito, ¡así se dicen esas cosas! contestará: ¡Te amo!» ¿Cómo se hablan ustedes, de o de usted? ¡De usted, Gabriela! La señorita se echó a reir, y exclamó: Los labios dirán así... ¡pero los corazones no! En aquellos momentos oímos voces que nos llamaban.

Bien pronto oímos la voz de Asunción que gritaba: Mátenme, que me maten: no quiero que mi madre me vea. Por D. Diego y el ayo conducida, a intervalos suavemente arrastrada, casi traída a cuestas, entró la infeliz muchacha en la sala. En la puerta arrojose al suelo, y sus cabellos en desorden sueltos, le cubrían la cara.

Lo pasábamos en una noche muy obscura, cuando de pronto detuviéronse los coches, oímos gritos, sonó un disparo, y algunos hombres de mal aspecto, saltando desde los cercanos matorrales, se arrojaron al camino. Al instante corrimos sable en mano hacia ellos...; pero basta ya, y déjenme dormir, pues ni con tenazas me han de sacar una palabra más. FIN DE «BAIL

Todo esto es hermoso, pero á estos juegos de la naturaleza, á esas fuentes que aparecen y se ocultan en un instante, preferimos los manantiales permanentes de los que oímos constantemente su alegre murmullo, y en los cuales, á cualquiera hora, podemos ver cómo se refleja la luz, rielando en su ondulada superficie.

Más de un minuto permanecimos unidos, abrazados; pero aun entonces, a pesar de su hermosura y de las circunstancias en que nos hallábamos, apelé a mi honor y a mi conciencia. Flavia dije con voz tan alterada que no parecía la mía, has de saber que no soy... Elevábanse sus ojos hacia cuando oímos, pesados pasos en el enarenado sendero del jardín y un hombre se detuvo ante el abierto balcón.

Andando en efto, oìmos toda la noche, efpecialmente defde el medio de ella, mucho eftruendo, i grande ruido de voces, i gran fonido de Cafcaveles, i de Flautas, i Tamborinos, i otros Inftrumentos, que duraron hafta la mañana, que la Tormenta cesò. En eftas Partes nunca otra cofa tan medrofa fe viò: Yo hice vna probança de ello, cuio Teftimonio embiè

Miré a Sarto. ¡Adelante! exclamó, y poniendo espuelas al caballo se lanzó al galope. Cuando volvimos a detenernos nada oímos, pero a poco se repitió el rumor. El coronel desmontó y aplicó el oído a tierra. Son dos dijo, y están a un cuarto de legua. Por fortuna el camino es tortuoso y la dirección del viento nos favorece.

Santorcaz, después de permanecer por algunos minutos indiferente a las preguntas de su discípulo, reanudó la conversación; pero, apenas comenzada ésta, oímos un tiro, en seguida otro, luego otro y otro.

Aquí ponía Pedro López cuatro líneas de puntitos suspensivos, y añadía luego: «Nosotros oímos sus palabras, y un rayo de celeste esperanza se deslizó en nuestro pecho». Más puntitos suspensivos. «El villano atentado del gobernador de Madrid ha sido el primer paso dado hacia el Terror... Mas ¡renazca la esperanza! ya ...El león de Castilla Sacude la melena!!!»

Cuando oímos a un extranjero que tiene la fortuna de pertenecer a un país donde las ventajas de la ilustración se han hecho conocer con mucha anterioridad que en el nuestro, por causas que no es de nuestra inspección examinar, nada extrañamos en su boca, sino en la falta de consideración y aun de gratitud que reclama la hospitalidad de todo hombre honrado que la recibe; pero cuando oímos la expresión despreciativa que hoy merece nuestra sátira en bocas de españoles, de españoles sobre todo que no conocen más país que este mismo suyo que tan injustamente dilaceran, apenas reconoce nuestra indignación límites en que contenerse.