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No es una de esas niña recosía, ¿sabuté?, que se lo guardan toíto pal ombligo. A señorita le baila el arma en los oho, ¿sabuté? Más clara que el agua clara y más fina que el oro... Tiene un geniesiyo como un cohete. Le da una gofetá al mezmo arzobispo en presona si se descuida..., pero en pasándole el aquel, es más durse que una corderita de Dios... Consentir ella un embuste, ¡quita ayá!

Mientras caminábamos, Paca iba explicando el caso a la muchedumbre. Contaba la historia en estilo pintoresco, y consiguió poner de nuestra parte a todos los curiosos. La quieren emparedá pa comerse la guita, ¿sabéi ustedes? Mi señorita es rica, y un enano que asota toas las noches a un Cristo, ¡yo lo he visto con estos oho!, se quiere engullí los millones que le ha dejado mi señorito.

Vagamente, sin embargo, porque lo mismo Villa que Isabel habían guardado reserva absoluta, entró en su mente la idea de que yo estaba enamorado en otra parte, y no me dejaba vivir con su «Uté etá chiflaíto, Sanhurho. Se le conose a uté en los oho. A vese lo pone uté entornaíto, entornaíto, que paese que se quea uté dormío.» Y era verdad. Más de una vez y más de dos me tengo dormido escuchándola.

El buen hombre se contentaba con toser, guiñaba á su oficial y miraba hácia la calle, como para decirle: ¡Pueden espiarnos! ¡Por lo de la opereta! continuó el obrero. ¡Ohó! exclamó uno que tenía cara de simple; ¡ya lo decía yo! Por eso... ¡Hm! repuso un escribiente en tono de compasion; lo de los pasquines es cierto, Chichoy, ¡pero te daré su explicacion!