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¡Pues podía sucederme más!... mi mujer, mi hija... ¡Cómo! exclamó Dorotea ; ¿vos también, pobre señor, habéis sido ultrajado... abandonado... insultado?... ¡Oh! ; , señora dijo plañideramente Montiño ; abandonado... ultrajado y robado. ¡Vengáos! exclamó roncamente Dorotea, saliendo de su inercia y continuando en su exhibición de trajes de los cofres á las sillas.

¡Oh delicia! ¡oh amor del tranquilo jardín donde el alma sintió la pasión de soñar y, en el vuelo fugaz de la brisa, escuchar la quejumbre sutil de un celeste violín o el latido inicial de un anhelo de amar! Entrad todos, entrad.

Tampoco tuvo en la prensa todo el éxito que mereció la casi augusta solemnidad con que el buen marqués de Montálvez desempeñó su papel en la fiesta, particularmente durante el breve rato que conversó aparte con el presidente del Consejo de Ministros, y cuando, después de estrecharle reverentemente la mano le dijo algunas palabras al oído el Capitán general de Madrid, vestido de gran uniforme. ¡Oh, qué actitudes y qué mímica las suyas en aquellas dos singularísimas ocasiones! ¡Qué bofetón más sonoro para «los hombres de Gobierno» que todavía le regateaban la credencial de senador! ¿Dónde hallarían ellos para ese cargo otro viejo más distinguido, más serio, más limpio, más planchado, más opulento, ni más adaptable por su tipo al grave ceremonial del «alto Cuerpo Colegislador»?

Mas grande que en el triunfo en tu caida Tu sacrificio el cielo consagró: Tu sangre ha sido el riego de la vida Que fecundó la libertad ¡Adios! En mi sepulcro encomendarte quiero Las prendas que aquí deja el corazon: Algo debes ¡oh patria! al jornalero Que en tus mieses jamas se alimentó.

Tárrega y Aguilar, ambos naturales del reino de Valencia, en donde , oh gran Apolo, príncipe de las Musas y de los versos, cuentas tantos vasallos, te suplican que concedas á sus comedias argumentos mejor desarrollados, y á sus quintillas más profundidad en sus tres primeros versos, no se crea que son sólo aquéllos una especie de lecho, destinado al descanso de los últimos versos.

2 Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare; a la peña más alta que me conduzcas, 5 Porque , oh Dios, has oído mis votos, has dado heredad a los que temen tu Nombre. 8 Así cantaré tu Nombre para siempre, pagando mis votos cada día. 1 Al Vencedor: a Jedutún: Salmo de David.

Y divagando y haciendo risueños cálculos, llegó la hora en que el estómago empezó a indicarle que no se vive sólo de ilusiones. Problema: ¿dónde comería? La idea de meterse en un restaurant de los buenos fue prontamente desechada. Imposible presentarse hecho un tipo. ¿Iría, siguiendo la rutina de sus tiempos miserables, al figón de Boto? ¡Oh, no!... Siempre le habían visto allí teñido.

¡Pero habéis sido ciego... miserablemente ciego!... exclamó con acento de desprecio y de cólera el bufón habéis sido ciego, y por vuestra ceguera ese infame Guzmán ha podido volver loca á vuestra esposa... ha podido hacerla un instrumento de muerte... y todo por vos... por haber sido tonto. ¡Oh Dios mío! pero su majestad... Esa perdiz se ha servido en el almuerzo de la reina dijo el bufón.

Aquellas campanadas fijaron en la cabeza aturdida de Quintanar la triste realidad.... «Le habían adelantado el reloj. ¿Quién? Petra, sin duda Petra. Había sido una venganza. ¡Oh! una venganza bien cumplida. Ahora le parecía absurdo haber tomado la poca luz del alba por día nublado.

Terminó el sermón, y siguióse luego, y terminó también aquel canto suavísimo, patético grito del pecador arrepentido: ¡Perdón, oh Dios mío!