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Siguió apretando el gatillo, y los tiros hicieron desaparecer á aquellos facinerosos, unos corriendo, otros balanceándose dolorosamente, mientras de las callejuelas cercanas empezaba á salir gente. Mina se arrodilló junto á su marido. ¡Oh, Lionel! ¡Mi rey!... ¿Te han matado? Cuando, semanas después, pudieron salir de Marsella, la vida conyugal era otra.

No, ¡santa Virgen! porque se dice en voz baja, en el claustro, que esta tumba es la de Pepa; de Pepa, que un día se atrevió a huir de este santo retiro, pero fue alcanzada en el camino de Sevilla, su amante fue muerto al querer defenderla, y ella... ¡Y bien! ¿y ella, querido ángel? ¡Oh! ella fue llevada al convento, y murió en medio de los mayores tormentos.

Aquí la naturaleza aletargada no se despertó nunca por los cuidados del hombre. Aquí los elementos no se mueven en torno de , así como los animales de una isla descubierta por la vez primera no se asustan con las miradas del hombre. Pero, ¡oh Alah! yo no soy aquí el primero ni el solo venido.

¡Oh! ¡le ama! exclamó el bufón. ¡Que se case con otra!... , , todo puede suceder... pero por ahora... Puede ser que ame á otra. ¡Que ame! ¡es que me avisáis! dijo Dorotea conteniéndose pero temblando ; ¿es verdad que ama á otra mujer? ¿será verdad lo de la reina? No; lo de la reina, no; pero el señor Juan Montiño tiene amores en palacio. ¿Y con quién? Con doña Clara Soldevilla.

¡Oh! ¡no! ¡es mi hija! ¡no me robes mi hija, ya que me has robado mis padres! dijo la mujer sollozando. Tras estas palabras una lucha corta pero breve, acompañada del llanto de una criatura; la lucha de un fuerte y de un débil; luego la voz de la mujer que gritaba: ¡Mi hija, la hija de mis entrañas! ¡dame mi hija!

13 Cantad alabanzas, oh cielos, y alégrate tierra; y prorrumpid en alabanzas, oh montes; porque el SE

Conseguido esto, amará usted al que ha de ser su marido, y lo amará con ilusión espiritual, no de los sentidos... ni más ni menos. ¡Oh, he alcanzado yo tantos triunfos de estos; he salvado a tanta gente que se creía dañada para siempre!

Sin saber cómo tampoco, se vió en una habitación, que no habían desguarnecido todavía, ella sentada y la niña a sus pies, besándola, y repitiendo: ¡Oh! tía Silda, tía Silda...

Ya te irás acostumbrando. ¡Oh deliciosos instantes! Si durárais mucho, no podríamos vivir. ¡A esto llama delicioso tu Alteza! exclamó Migajas. ¡Dios mío, qué frialdad, qué dureza, qué vacío, qué rigidez! Tienes aún los resabios humanos, y el vicio de los estragados sentidos del hombre. Pacorrito, modera tus arrebatos ó trastornarás con tu mal ejemplo á todo el muñequismo viviente.

¡Imprudente! ¡imbécil!... hace una hora que está de pie, y es lo peor que puede hacer... La herida se abrirá de nuevo: siempre se lo estoy diciendo; pero aquí nadie me hace caso, nadie me obedece... ¡Que el diablo se los lleve a todos!... ¡oh!... ¿no vuelve en ?