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En 1971, tres años antes del inicio oficial del internet, Michael Hart estudiaba en la Universidad de Illinois, en los Estados Unidos. En mayúsculas, pues las letras minúsculas aún no existían. El envío de un archivo de 5 Ko a las cien personas que formaban el internet embrionario de la época hubiera acabado con el sistema, provocando su implosión.

Efectivamente, el mariscal Soult, no queriendo dar mucha publicidad á la situación verdadera del pueblo de Sevilla, se opuso cuando regresó á la ciudad á que se insertase en el periódico oficial el movimiento de enfermos y el estado del hospital, el cual duró hasta fines de Agosto de 1812, en que los franceses salieron de Sevilla.

Era como el espíritu familiar de la Universidad, la Palas Atenea de aquel amurallado recinto del saber; una Palas Atenea vestida de máscara. También la ciencia oficial del establecimiento se envestía, con harta frecuencia, disfraces de mamarracho.

No fue aquella comida tan sabrosa para como otra que yo no olvidaba, más que por lo reciente de su fecha, por lo regocijada que la hicieron aquellas dos comensalas que en la última, algo por respeto a la tristeza «oficial» de la casa, y algo más por la pena que los motivos de esta tristeza les daban, comieron muy poco y hablaron menos.

Esos son sentimientos muy nobles replicó el oficial después de un instante de silencio ; pero la humanidad tiene sus derechos, y derramar sangre inútilmente es hacer el mal por el mal. Entonces, ¿por qué venís a nuestro país? gritó Catalina con voz aguda . Marchaos y os dejaremos tranquilos. Después añadió: Hacéis la guerra como los bandidos: robando, saqueando y quemando.

Deseaba mostrarse fiero, inhumano, para ocultar su emoción. ¡Adiós, muchacho! Pórtate bien. ¡Adiós, padre! No se dieron la mano: evitaban que sus miradas se encontrasen. El oficial sonreía como un autómata. El padre volvió bruscamente la espalda, y atravesando el gentío se metió en un café. Necesitaba el rincón más obscuro, la banqueta más oculta, para disimular por unos minutos su emoción.

Sentíase capaz de pelear con todo el público por defender a un torero amigo, y alteraba las ovaciones con extemporáneas protestas cuando aquéllas iban dirigidas a un lidiador que no merecía su afecto. Había sido oficial de caballería, más por afición a los caballos que a la guerra.

Al día siguiente, continuó el cura, a las ocho de la mañana, el oficial salió con su partida de tropa, batiendo marcha y llevando entre filas y atado al pobre muchacho, que inclinaba la frente entristecido, al ver que las gentes salían a mirarlo.

Pero éste no hizo caso, y continuó: ¿Pensará usted, señor, que sin duda al volver de España permaneció quieta la hermosa? ¡Quia! ¡Que si quieres! ¡Su marido había tomado aquello con tanta calma! Eso la animó para volver a las andadas. Después del español, hubo un oficial, a éste siguió un marinero del Ródano, más tarde un músico, después, ¡qué yo!

Pues bien: esta hija se llamaba Rosita, de edad poco mayor que la mía, pues apenas pasaba de los quince años, y ya estaba concertado su matrimonio con un joven oficial de Artillería llamado Malespina, de una familia de Medinasidonia, lejanamente emparentada con la de mi ama.