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Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía que no era dél registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos. Bailábanle los ojos en el caxco como si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta; y acabado el ofrecer, luego me quitaba la concheta y la ponía sobre el altar.

Y cuando se le ocurría al coadjutor, predicando a los feligreses en el ofertorio de la misa, decir: «Nosotros los párrocos tenemos el deber, etc.,» D. Miguel, desde su rincón donde oía la misa, profería en voz bastante alta para que le oyeran los que estaban a su alrededor: «¡Párroco yo! ¡párroco yo

Te ha llenado un licor sombrio, yo le he preparado, le he escogido; iah! ique sea para mi el ofertorio solemne que consagro a la manana de mi nueva vida! "En el momento en que Faust va a tomar el veneno, oye las campanas que anuncian el dia de Pascua a la ciudad, y los coros que en la iglesia inmediata celebran esta santa fiesta.

Un dia de fiesta salió á misa solemne la real familia francesa, acompañada de sus augustos huéspedes. Al ofertorio se acercó una dama á Doña Juana, aproximando á su mano una cantidad de monedas, para que segun costumbre la ofreciese al público en nombre de la reina.

En otros tiempos era de bronce, y cuando decían misa en la capilla, al llegar el instante del ofertorio, la estatua, por ocultos resortes, incorporábase, quedando de rodillas hasta que terminaba la ceremonia.

En el ofertorio se levantaron todos los hermanos, trayendo cada uno su ofrenda á la Reina de los Angeles; unos callados, otros recitando versos, otros cantando, y hubo un joven, que obtuvo los mayores aplausos, el cual, representando el personaje de un mudo y accionando y gesticulando para que la Virgen concediera á todo el pueblo salud y abundancia de pan, de vino y ganados, lo expresó con sus movimientos tan viva y elocuentemente, que con mayor claridad y distinción no hubiese dado á entender con palabras sus pensamientos. ¿Qué no hubiese hecho, si desde su niñez lo enseñaran maestros idóneos?

La cuestión de proporcionar misa á los de Cayacente y Romeral, que como usted me indica nos dará ciento cincuenta votos, puede usted considerarla como resuelta, y está usted autorizado para decirlo así en el ofertorio de la misa cuando lo crea oportuno. Á pesar de que usted cuenta como seguro el apoyo de ese D. Baltasar Rodríguez, yo no me fío.

La misa se dividia en dos partes, la de los catecúmenos y la del Sacrificio: leíase primero una profecía del Antiguo Testamento, una Epístola de S. Pablo y una parte de los Evangelios; añadíanse algunos responsorios y unos versículos con Alleluya, que era lo que entonces llamaban Laudes; seguia el Ofertorio, y luego un diácono en voz alta mandaba á los catecúmenos retirarse.

Entonces nuestro héroe pudo contemplar una figura más alta que baja, esbelta y airosa, un pecho subido y pronunciado que, digámoslo en menoscabo de su pureza, no fue lo que menos impresión le causó desde el principio. Al llegar al Ofertorio, el cura se dispuso a predicar a sus feligreses.

Y aunque algo hubiera, no podía cegalle, como hacía al que Dios perdone si de aquella calabazada feneció, que todavía, aunque astuto, con faltalle aquel preciado sentido, no me sentía; mas estotro, ninguno hay que tan aguda vista tuviese como él tenía. Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía, que no era del registrada. El un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos.