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Si lo estoy, mi locura no tiene remedio. Oíd, prenda de mi alma. Ya que os decidís á todo, unámonos. Me importa poco si á vos os importa menos; podrá ser cuando más asunto de estocadas, y yo no soy miserable de ellas. En vez de tapujos y encierros, entraréme yo á la luz del sol en vuestra casa... y así os habréis vengado de don Fernando de Castro, que os ofendió casándose con vos.

Toas me parecen feas, y Mariquilla lo sabe. La última noche que hablé con ella, cuando yo le pedía que me perdonase, sin saber por qué, y le preguntaba si la había ofendío en algo, la pobrecita lloraba como la Malaena. Bien sabe tu hermana que yo no la he fartao en tanto como esta uña. Ella misma lo decía: «¡Pobre Rafaé! ¡ eres bueno! Olvídame: serías infeliz conmigo». Y me cerró la ventana...

María Teresa bastante turbada presentó a los dos jóvenes, aunque ya se conocían de Etretat. Huberto saludó sin levantarse. Para él, Juan no era más que un empleado. La joven advirtió esta actitud, se ofendió y queriendo evitar a Juan una humillación, trató de distraer su atención preguntándole vivamente: ¡Y bien! Juan ¿cómo ha dejado usted a mi padre? Está muy nervioso.

«¿Perdona usted también a esa mujer de quien se suponía ofendida, y a quien usted ofendió de palabra y de obra, con o sin motivo?». Este perdón que era de los duros. Callose la santa observando a la diabla intranquila. Esta tenía la cabeza echada hacia atrás, moviéndola sobre la almohada con cierta inquietud, y sus miradas vagaban por el techo.

Miró tiernísimamente doña Guiomar a su enamorado, que al decir sus últimas palabras osó besarla las manos, por lo cual no se ofendió ella, aunque las recogió, y dijo: Tornando a lo que me dijisteis sobre si mi madre podía tener versos de un amador desdeñado, os diré, que si mi madre no era fácil para el amor, éralo, ¿y qué mujer no lo es? para la vanidad; y que aunque volvió a don Baltasar los versos que os he recitado y otros muchos, no fue sin guardarlos trasladados; lo que era causa de que don Baltasar, que veía, que si bien se le devolvían sus versos, eran leídos, como lo demostraba el ir abiertos los papeles en que se contenían, alentase esperanzas, y siguiese a mi madre a cuantas partes iba, y la diera música, y la rondase eternamente la calle, que de ella no se apartaba sino para comer de prisa y dormir breves horas.

Finalmente, haciendo reflexîon, que una culpa en que se ofendió á un Dios inmenso, pedia una reparacion y satisfaccion igual, que la suma Bondad y Misericordia Divina querian salvar al hombre, y para esto prometió Dios enviar un Mesías, facilmente creerémos, que Jesu-Christo, hijo del eterno Padre, hecho hombre, es nuestro Salvador, y entenderémos que su encarnacion, nacimiento, vida, muerte, resurreccion, y milagros, ademas de no desdecir de la Omnipotencia y Magestad Divina, no habian de ser como las cosas de los hombres, sino correspondientes á la dignidad y grandeza de un hombre Dios, todo mysterioso y sobrenatural, como que se enderezaba á fines muy superiores á toda la naturaleza.

Era del dueño de la Funeraria ofreciéndole sus servicios y remitiéndole un prospecto con los precios. Alguno de aquellos chicos se había divertido en pasarle aviso. Tampoco se ofendió: parecía interesado en el juego. Al fin entró en la sala Juanito Escalona en su busca. Después de ajustar cuentas se levantó de la silla. Todos le rodearon. ¡Buena suerte, Alvaro! Me da el corazón que lo ensartas.

En el espacio de pocos meses había perdido a su padre y a su marido, se había quedado sola en el mundo. También el señor Conde murió de una manera espantosa, aplastado por un tren. ¿Pero después la trató mal el Príncipe? ; ofendió sus creencias; la abandonó; pero eso no es una razón para sospechar tan horrible cosa. ¿Se acuerda usted cuándo, cómo y por qué comenzaron los malos tratos?

El señor comisario, como quien despierta de un dulce sueño, los miró y miró al delincuente y a todos los que alderredor estaban, y muy pausadamente les dijo: "Buenos hombres, vosotros nunca habíades de rogar por un hombre en quien Dios tan señaladamente se ha señalado; mas pues él nos manda que no volvamos mal por mal y perdonemos las injurias, con confianza podremos suplicarle que cumpla lo que nos manda, y Su Majestad perdone a éste que le ofendió poniendo en su santa fe obstáculo.

Comieron los tres juntos, y todas las atenciones de ella fueron para el que se iba. Hasta se ofendió con repentino pudor porque Argensola quiso hacer uso del derecho de prioridad buscando su mano por debajo de la mesa. Mientras tanto, casi desplomaba su cabeza sobre el hombro del futuro héroe, envolviéndolo en miradas de admiración.