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» ¡A qué respetos faltaba!..., ¡a quién ofendía con ello! ¡Y a mi se me amontonaban en tropel las respuestas que estaban reclamando aquellas preguntas inconcebibles en labios tales; corolarios artificiosos, o, cuando menos, muy mal deducidos de unas teorías repugnantes a mi naturaleza de mujer de honradas inclinaciones y a mis sentimientos de enamorada!

Era inmensamente rico: ¿por qué no mantener un lujo que era la suprema ilusión de todas ellas?... No le ofendía que de este lujo disfrutasen sus sucesores. Experimentaba un orgullo de dios al hacer sentir á todas horas su generosidad sin dejarse ver. En París, una joyería dirigida por un judío de origen español trabajaba solamente para los regalos del príncipe.

Sufrieron por largo rato el fuego de la artilleria de los castillos de Guansapafa, Santiago y Santa Bárbara, y el de la fusileria, apostada en los parapetos exteriores á interiores, arrojándose con ferocidad á las trincheras para forzarlas, animados con la presencia de sus primeros generales, que repetian los ataques, particularmente contra las que estaban inmediatas al Tambo de Santa Rosa, de que disistieron por lo mucho que les ofendia el fuego del Castillo de Santiago, que no estaba muy distante.

Por dicha, los mencionados señores expusieron su proyecto al Rey Don Juan II, apellidado con razón el Príncipe Perfecto, el cual, aunque vehementísimo en su cólera y de ímpetus tan vitandos que mataba a puñaladas a quien juzgaba que le ofendía, sin excluir al hermano de su mujer, reflexivamente era tan recto, tan temeroso de Dios y tan buen Católico, que rechazó el plan, indignado.

Al mismo tiempo que despacho de bebidas era tienda de los más diversos artículos comestibles y suntuarios. Su dueño se ofendía cuando las gentes llamaban «boliche» á lo que él daba el título de «almacén»; pero todos en el pueblo seguían designando al establecimiento con el nombre primitivo de su modesta fundación.

Si yo la preguntara quién es esa mujer, ¿qué me contestaría usted? La rusa respondió con firmeza, fijando sus ojos en los del juez. Soy yo. ¡Ah! ¿confiesa usted? exclamó Ferpierre. ¡El otro día se ofendía usted de mis sospechas!... ¡Bien! Ahora dígame: ¿cuándo se efectuó ese cambio de relaciones entre ustedes? Cuando él vino a Zurich. ¿Vino expresamente por usted? No. ¿Por qué entonces?

La vieja ridícula, presuntuosa, devota, expresión humana de la mayor necedad que pueda unirse al mayor orgullo, puso su mano en el rostro de la doncella abandonada y débil, que ofendía sin duda, con su juventud y su sencillez el amor propio de aquellos demonios de impertinencia. ¡Ay, ay, ay!

Que se halle hombre tan ruin como Rocafort entre tanto soldados, y capitanes no me causa admiracion; pero que entre todos ellos no se halláse un hombre de bien que detuviera, ó replicára á Rocafort, advirtiéndole, si quiera, que ofendia su fama, y obscurecia sus hechos, con ejecucion tan inhumana, y fuera de tiempo.

La generosidad del Comendador humillaba su orgullo, y por más que trataba de empequeñecerla ó de afear y envilecer sus causas fingiéndoselas vulgares, absurdas ó caprichosas, dicha generosidad resplandecía siempre y la ofendía. La voluntad de Doña Blanca era de hierro: pocas personas más pertinaces y firmes que ella; pero su espíritu vacilaba y no se aquietaba jamás.

Eran estos tres seres Tomás el criado antiguo, y ya su escudero y acompañante, cuando ella salía a caballo; el tío Blas, aperador de la señorita, con quien se entendía para cuidar sus bienes, que ella misma administraba y que iban mejorando hasta el punto de que le producían cerca de 20.000 rs. en algunos años de buena cosecha; y el galgo Palomo, blanco, gigantesco en su clase, y de terrible genio para quien se le antojaba a él que molestaba u ofendía a su ama, con la cual era todo blandura, docilidad y mansedumbre.