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Odiando sinceramente a su afortunado rival el capitán Pérez, esperaba ansioso la oportunidad del desquite. Pronto se le presentó esta oportunidad. Los grandes diarios populares de Buenos-Aires dieron cuenta al público, en sus últimos números, de un presunto escándalo en el ejército nacional.

Iba de un lado a otro como un Asheverus de la rebeldía, incapaz de hacer daño por mismo, odiando la violencia, pero predicándola a los de abajo como único medio de salvación. Fermín recordaba su última aventura. Estaba él en Londres cuando leyó la prisión y la sentencia de Salvatierra.

Y se confesaba con ella, cándidamente: la decía que era un enfermo, un niño, un loco necesitado de cuidados y de amor; que su aparente valor ocultaba un miedo infantil; que su soberbia era humilde; que odiando amaba; que cuando vertía lágrimas de compasión, la sonrisa del escarnio las contenía; que pasaba de un extremo a otro con dolorosa inquietud, con ansia atormentadora, con la necesidad nostálgica de una inmutable serenidad.

Era el balazo de revólver, el tiro de gracia que daba fin á sus angustias de ejecutada. ¡Pobre Freya, guerrera implacable y loca de la batalla de los sexos!... Había pasado su existencia odiando á los hombres y necesitándolos para vivir, haciéndoles todo el mal posible y recibiéndolo de ellos con triste reciprocidad, hasta que al fin venía á perecer á sus manos. No podía terminar de otro modo.

El comprendía nuestro desamor por cuanto constituía sus afectos, y contestaba, instintivamente, odiando al pueblo y a todo lo que era vasco. Nos solía pegar con furia. A me salvó muchas veces de las palizas la recomendación de mi madre de que no me pegara, porque me encontraba todavía enfermo.

En seguida se me subió el tufo a las narices... Los militares somos así... Y dije para , entonces: Hay que cortar esto por lo sano y jugar el todo por el todo: o o yo. ¿A qué vienen esas rivalidades en que los dos se están odiando, y sin embargo, se aguantan un día y otro sin decirse una palabra? Eso lo puede hacer muy bien un paisano, pero un militar... creo yo... V. bien me comprende.

Por eso se le veía atender con tanta asiduidad a su taberna y a su estanco... y a sus préstamos garantidos. Odiando tanto como Juana aquella sociedad inaguantable, sólo trataba de redondearse lo preciso para darle un adiós de despedida y caer en medio de otra mejor; pero de tal modo, que no lastimasen en lo más mínimo su importancia de actualidad las reliquias del pasado.

Luego le dijeron que el Papa los daba más baratos y cambió de proyecto. Mientras tanto se vengaba odiando de muerte al gallardo conde, y burlándose, cuando la ocasión se presentaba, de su vetusto y deteriorado caserón. El conde poseía una gran riqueza en tierras, pero sus rentas no podían compararse a las del opulento Granate.