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Las varas estaban ocupadas por un buey blanco, lustroso, con cuernos enormes y muy abiertos, un animal semejante á los que figuraban en las ceremonias religiosas de los antiguos. A su derecha iba enganchado un caballo, á su izquierda un asno grande y enjuto.

Al cruzarse los grupos en su apresurada marcha, se saludaban, como si no se hubiesen visto en mucho tiempo. Cambiaban sonrisas y guiños, lo mismo que en el paseo de una ciudad. Todas las mesas del fumadero estaban ocupadas. Algunos grupos tenían ante ellos un pequeño mantel verde y paquetes de naipes. Ojeda, en una de sus vueltas, vio al señor Munster a la puerta del café.

Esto suele observarse en los niños y mugeres, y por eso las vemos casi siempre ocupadas en cosas pequeñísimas, mirándolas como grandes, y dignas de su aplicacion. La moda, la cortesía, el adorno, y la conversacion de estas mismas cosas es el atractivo de su juicio, como en los niños los juegos, las bagatelas, y las diversiones.

Las gentes estaban menos ocupadas de lo que estarían más adelante, cuando llegara la época de fabricar los quesos y la siega. Además, en esta época una novia podía estar cómoda con un traje liviano, y que le permitiera lucirse. Felizmente, el sol derramaba rayos más cálidos que de costumbre sobre las matas de lilas la mañana del casamiento de Eppie, porque su traje era muy liviano.

Entre el ábside donde residia el tribunal, y las naves, ocupadas por el pueblo que acudia á sus diferentes negocios, habia en las basílicas romanas un espacio privilegiado, separado del cuerpo de las naves por una balaustrada ó cancel, y reservado á los abogados y gente de la curia: este espacio, al convertirse la basílica en iglesia, se destinó á los cantores, y tomó el nombre de coro.

También era extraordinaria la concurrencia en este salón. Casi todas las mesas estaban ocupadas. Los pasajeros obsequiaban a los amigos que habían venido a saludarles. Miró Fernando con melancolía esta vasta pieza, en la que se había deslizado para algunos toda la vida trasatlántica. La última noche, Isidro. Puede usted decir adiós al buque.

Hay cuatro mesas en sendas esquinas y otros dos pares en medio. De las ocho, la mitad están ocupadas. Alrededor, sentados o en pie varios mirones, los más esclavos de su vicio. Se habla poco. Las más veces para pedir un cigarro de papel. Se dan pocos consejos. No se necesitan o no sirven. Basilio Méndez, empleado del Ayuntamiento, es el mejor espada de los presentes. Es pálido y flaco. No se sabe si viste de artesano o de persona decente, como dicen en Vetusta. El sueldo no le bastaba para sus necesidades; tiene mujer y cinco hijos; se ayuda con el tresillo; se le respeta. Juega como quien trabaja sin gusto; de mal humor; es brusco; apenas contesta si le hablan.

Había ocasiones en que el fuego cesaba durante breves momentos, y entonces se percibía con toda claridad la voz de los rebeldes que gritaban: ¡Abajo la Ley Morúa! ¡Vengan para aquí, c.......! ¡al machete! y el fuego se reanudaba con la particularidad de que las tropas leales, á medida que iban disparando sus armas, avanzaban de 80 á 100 metros sobre las posiciones ocupadas por el enemigo, para lo que tenían que subir empinadas lomas, que á simple vista parecía imposible que los hombres pudieran escalarlas.

Conocía a muchos actores y poetas, músicos y danzantes, pero nunca había hablado con una cómica, dama joven o graciosa, ni siquiera característica, a quienes ella se fingía poco menos que como criaturas extraordinarias, completamente felices, que no tenían tiempo de sufrir ni padecer, perpetuamente ocupadas en ser grandes señoras, reinas y hasta diosas, cuya misión única en el mundo consistía en escuchar frases bonitas y estar preparadas para raptos de esos que, según los casos, terminan en muerte violenta, o boda y perdón de padre bondadoso.

Feli, despechugada, sudorosa, respirando con dificultad, arrastraba los pies yendo de un lado a otro, abrumada por este calor que era un nuevo tormento. Crujían durante la noche, con chasquidos alarmantes, las maderas de los muebles, las tablas ocupadas por los libros del devoto, sobre cuyos lomos polvorientos movíanse las polillas.