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Eran necesarios esfuerzos heroicos para contenerla e impedir que hiciese la vida de las bañistas del gran tono, que ocupaban el día entero en lucir trajes y divertirse. Desde este punto de vista, fue funesta a Pilar la presencia en Vichy de seis u ocho españolas conocidas que aún aprovechaban allí el fin de la estación.

Las dos más grandes, que ocupaban con sus majestuosas dimensiones la mayor parte del espacio, eran las generadoras del movimiento del buque, las propulsoras de las hélices.

Vagó una media hora por los salones, escuchando de lejos las palabras de los que se ocupaban aún de la duquesa. Una tarde había bastado para llevarse las ganancias de muchos días de éxito. Su infortunio resultaba tan inaudito como su buena suerte. No había acertado una sola vez. Sintió de pronto en su espalda el contacto de una mano nerviosa.

En tanto que las armas catalanas y griegas se ocupaban en su misma ruina, los turcos libres del miedo que el ejército de entrambas les pudiera dar, si concordes y unidos prosigueran la guerra, volvieron á seguir el curso de sus victorias, y ocupar las Provincias de la Asia, no teniendo ejército que se les opusiese á la corriente de su próspera fortuna.

Desde las primeras horas de la mañana el mundo había cambiado su curso: todas las cosas parecían al revés. ¡Ay, la guerra!... En el resto de la tarde y una parte de la noche fué recibiendo el propietario las noticias que le traía el conserje después de sus visitas al castillo. El general y numerosos oficiales ocupaban las habitaciones.

Bebió dos tazas de café negro y espeso, y encendió un cigarro enorme, quedando con los codos en la mesa y la mandíbula apoyada en las manos, mirando con ojos soñolientos a los huéspedes que poco a poco ocupaban el comedor.

A juzgar por el semblante sombrío, pálido, inmóvil del confesor del rey, debía suponerse que gravísimos pensamientos le ocupaban. De tiempo en tiempo se detenía, leía una carta arrugada que tenía en la mano, crecía su palidez al leerla, temblaba, y volvía á arrugar la carta en un movimiento de despecho.

Febrer atravesó el recibimiento, abrió la puerta de la escalera y empezó a descender los suaves peldaños. Sus abuelos, como todos los nobles de la isla, construían en grande. La escalera y el zaguán ocupaban una tercera parte de los bajos de la casa.

El príncipe quiso romper esta clausura que se había impuesto voluntariamente. ¿Por qué seguir en Villa-Sirena, cerca de unas personas que ocupaban á todas horas su pensamiento y no deseaba ver?... Lo mejor era volverse cuanto antes á París.

La fachada principal de la casa no miraba al valle, sino á las altísimas montañas que lo cerraban. Entre la casa y la falda de éstas no mediaban de tierra llana más de doscientos pasos, y era el sitio que ocupaban la huerta y la pomarada.