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11 Y fueron todos los días de Enós novecientos cinco años; y murió. 12 Y vivió Cainán setenta años, y engendró a Mahalaleel. 13 Y vivió Cainán, después que engendró a Mahalaleel, ochocientos cuarenta años; y engendró hijos e hijas. 14 Y fueron todos los días de Cainán novecientos diez años; y murió. 15 Y vivió Mahalaleel sesenta y cinco años, y engendró a Jared.

10 los hijos de Ara, seiscientos cincuenta y dos; 11 los hijos de Pahat-moab, de los hijos de Jesúa y de Joab, dos mil ochocientos dieciocho; 12 los hijos de Elam, mil doscientos cincuenta y cuatro; 13 los hijos de Zatu, ochocientos cuarenta y cinco; 14 los hijos de Zacai, setecientos sesenta; 15 los hijos de Binúi, seiscientos cuarenta y ocho; 16 los hijos de Bebai, seiscientos veintiocho;

29 De los hijos de Benjamín hermanos de Saúl, tres mil; porque aun en aquel tiempo muchos de ellos tenían la guardia de la casa de Saúl. 30 Y de los hijos de Efraín, veinte mil ochocientos, valientes de gran valor, varones ilustres en las casas de sus padres. 31 De la media tribu de Manasés, dieciocho mil, los cuales fueron tomados por lista para venir a poner a David por rey.

Dos horas estuvo fuera. Volvió sofocada, quejándose del sol tan fuerte, que no parecía de invierno. ¿Ha llamado el niño? preguntó a Pampa. No, señora. ¡Qué cabeza! decíase misia Casilda, no me he acordado de llevar los cubiertos de plata; estos prenderos son todos unos judíos... ¡Cuánto corretear y qué discutir, para no traer más que mil ochocientos nacionales!

Bernaldez afirma que por narracion de un rabino á quien él cristianó supo que pasaban de ciento sesenta mil los judíos espulsos. Zurita aumenta el número hasta cuatrocientos mil: i Juan de Mariana escribe que fueron ochocientos mil. Por último, Pedro de Abarca dice que solas las familias fueron ciento sesenta mil.

En esta laguna se suelen juntar hasta seiscientos, y ochocientos indios Pampas, de diferentes naciones, y solamente en el tiempo de cosecha de la algarroba, para hacer sus paces unos con otros, poniendo sus ranchos al rededor de la laguna, para entrar con tiempo al monte, que dista de allí como cosa de cuatro leguas poco mas; en cuyo monte hay mucha cantidad de algarroba, de donde se proveen para su mantenimiento, y para hacer la chicha para todo el año, que es la bebida usual que ellos estilan.

Aquella provisión había sido vendida á un soldado viejo llamado Juan Fernández, y éste la había revendido al señor Juan Montiño. Ya veis si he sido eficaz; esta mañana cobré los ochocientos ducados de la casa del señor Pedro Caballero, y en seguida me fuí á buscar á un tal Santiago Santos, secretario de Lerma, en su misma casa.

Allí fué el duro batallar, allí las repetidas cargas de caballería; ¡pero todo inútil! Aquellas enormes masas de jinetes que van a revolcarse sobre los ochocientos veteranos, tienen que volver atrás a cada minuto, y volver a cargar para ser rechazados de nuevo.

Los que quedan son más dignos de compasión. ¡No cómo se las arreglará la duquesa para salir de este atolladero. ¡A todos debe! Ultimamente el panadero se ha negado a fiarles más. ¿Cuánto deben de alquiler? Ochocientos francos; pero lo que me extraña es que siquiera el señor haya visto el color de su dinero.

Todavía subsisten algunas supersticiones entre estos indios: cuando enviudan, por ejemplo, creen que hallarán la muerte si van á la caza del tigre, y que se cubrirán de lepra si matan una vivora. Cuéntanse allí como once mil cuatrocientas once cabezas de ganado vacuno, pertenecientes al Estado, y tres mil ochocientos cinco caballos.