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La punta de la nariz se le movía entonces, como ahora, y mostraba también sus dientes mellados y los colmillos saltones, al preguntarle su nombre y el de las personas que podían servirle de fiador. , Vargas, Vargas decía mascullando las palabras, empleado con ochenta nacionales... esto no basta. ¿No tiene usted un pariente o amigo de representación?...

Anoche gané ochenta mil. Tu amigo Lewis estaba furioso. Cree que esto sólo les ocurre á las mujeres: ganar jugando á capricho, burlándose de las reglas. Adivinó ella en la mirada del príncipe su extrañeza por esta alegría después del llanto reciente. No puedo permanecer sola. ¡Los recuerdos!... Tal vez me has oído cantar mientras subías. Es una canción inglesa que cantaba mi hijo.

Nunca había tenido inclinación alguna amorosa a una mujer determinada; pero inocentemente, sin malicia, gustaba de todas y era el viejo más amigo de requebrar a las muchachas y que más las hiciese reír que había en diez leguas a la redonda. Ya he dicho que era tío de la Pepita. Cuando frisaba en los ochenta años, iba ella a cumplir los diez y seis.

Reuní todo el dinero que tenía disponible, vendí mis últimas alhajas y algunos objetos de valor y me puse á tallar en el círculo durante dos noches, en las que llegué á ganar ciento ochenta mil francos, lo bastante para ponerme á flote durante algún tiempo. Pero no me por satisfecho y resuelto á violentar la suerte, me puse á tallar la tercer noche con todas mis ganancias delante de .

Tan equivocado había sido nuestro cálculo, que a los trescientos ochenta y siete pasos de la segunda exploración pasamos por el lugar que con tanta minuciosidad habíamos escudriñado momentos antes, y continuando nuestro camino, siempre adelante, nos paramos al llegar a los cuatrocientos cincuenta y seis pasos, sobre la cima de un alto campo muy similar al otro, aun cuando más agreste y todavía más inaccesible.

Los muertos y heridos muchos fueron De parte de los indios, porque habia Ochenta arcabuceros que hicieron Como gente española de valía. De tres ó cuatro vivos que cogieron, Traidos acá al fuerte, se sabía Que los indios llevaban en los brazos A sus casas los hechos ya pedazos.

Primeramente se dieron A espías ciento y sesenta Mil ducados. ¡Santos cielos! ¿Qué? ¿Os espantáis? Bien parece Que sois en la guerra nuevo. Más: cuarenta mil ducados De misas. Pues ¿á qué efecto? A efecto de que sin Dios No puede haber buen suceso. Al paso desto Yo aseguro que le alcance. Como se va el Rey huyendo De tantas obligaciones, Quiero alcanzarle... Más: ochenta mil ducados De pólvora.

Amparito escuchábale complacida, riéndose malignamente del ceceo del viejo y de sus preguntas. ¿Que si tenían novio? No, señor; aún eran jóvenes y podían esperar. Concha que tenía algo, pero ella nada.... Nadie la quería... ¡era tan fea...! Y el travieso bebé experimentaba satisfacción al oírse llamar hermosa por aquella boca de ochenta años.

Terminado tan noble ejercicio, el señor Belinchón se veía necesitado a ir cogido a las paredes para trasladarse de un sitio a otro, formando un ángulo de ochenta grados con el suelo. Desde allí, hasta el fin de sus días, el glorioso fundador de El Faro de Sarrió siempre anduvo más o menos esparrancado.

Un anochecer, cuando Gillespie había terminado su trabajo y, sentado en la playa, descansaba de ciento ochenta viajes entre la orilla del mar y la punta de la escollera, recibió una visita extraordinaria.