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Si pudiera, amigo mío, aceptar en el instante la mano de Margarita, el asunto terminaría del modo más feliz; pero se halla ligado á este respecto por un compromiso que, por muy ciego, por muy imprudente que haya sido, no es por eso menos obligatorio para su honor.

Las instrucciones y ordenanzas de los capitanes generales hacían obligatorio lo último para los hombres de mar y guerra, encomendándoles fueran abordo en estado de gracia, pues que habían de ir en peligro de muerte; prohibiendo durante el viaje pecados públicos, blasfemias, juegos demasiados, hacer ni decir cosa contra el servicio y honra de Dios ó el Rey .

Esta lucha había sido entre ellos: una guerra de milicias; ¿pero levantar un ejército de millones de hombres en un país que no tenía el servicio militar obligatorio, y hacer que este ejército atravesase el Océano con toda su inmensa impedimenta, llegando á tiempo para salvar á Europa en peligro?... ¡Ilusiones! ¡Lo que allá llaman bluff!

Ha de tenerse en cuenta interrumpió Domingo, que mi mujer considera cierta costumbre social, con frecuencia discutida por hombres de talento superior, como un caso de conciencia y un acto obligatorio. Pretende que el hombre no es libre e incurre en culpa cuando no procura labrar la dicha de alguien pudiendo hacerlo. Entonces, ¿nunca se casará usted? insistió la señora de Bray.

Viajeros latinos, no descendáis jamás en Nueva York en un hotel de los llamados de plan americano, esto es, en los que es obligatorio pagar la comida junto con el departamento. Se está bien, los cuartos son cómodos, limpios; el agua sale, en todos los tonos de la temperatura, de un sinnúmero de bitoques; hay profusión de campanillas eléctricas... pero la mesa es deplorable.

¡Felices ellas! exclamó Petra. Ese es un panegírico bien sentido... En un día de Santa Catalina era obligatorio, repuso Francisca. Y por cierto que han olvidado ustedes el citar a esta pobre santa entre las ilustres solteronas... Tengo una vaga idea de que fue una filósofa distinguida. Y una mártir incomparable añadió la Melanval santiguándose. ¡Buena Santa Catalina!...

Si las miras son egoistas, el órden se pervierte, y la moralidad se disipa; cuando no hay miras de egoismo, y se obra principalmente á impulsos del sentimiento, la accion ya es bella, pero su carácter es mas bien de sensibilidad que de moralidad; mas cuando, con el corazon desgarrado por el dolor del sacrificio, la voluntad, precedida por la reflexion, manda este sacrificio, y se cumple el deber, porque es un deber; ó quizá se hace un acto no obligatorio, por el amor á su bondad moral, y porque el acto es agradable á Dios, vemos en la accion, algo tan bello, tan amable, tan digno de alabanza, que nos quedaríamos desconcertados si se nos preguntase entonces la razon del sentimiento respetuoso que experimentamos hácia la persona que por tan nobles motivos se sacrifica por sus semejantes.

De la crasa ignorancia a la más grosera superstición, y, ayudando la benignidad del clima y la fertilidad del suelo en las regiones privilegiadas, de una en otra superstición hasta la más alta, de la más alta a la ciencia; del credo obligatorio al libre pensamiento, de la verdad revelada a la verdad demostrada; de la magia religiosa a la mecánica racional; de las palmas benditas al pararrayo; del milagro al vapor, al ferrocarril, al telégrafo, al teléfono; de la rogativa a la cirugía y los sueros; de la censura eclesiástica a la libertad de la prensa; de "la santa ignorancia" a la instrucción obligatoria, tal ha sido la marcha ascendente del espíritu humano, impelido por la necesidad de conocer el porqué de las cosas para conducirse enfrente de las cosas.

El servicio obligatorio le hacía incurrir con frecuencia en estos errores. Las manos rudas, al oprimir la suya con un apretón agradecido, le dejaban satisfecho por unos minutos. ¡Ay, no poder hacer más!... El gobierno, al movilizar los vehículos, le había tomado tres de sus automóviles monumentales. Desnoyers se entristeció porque no se llevaban su cuarto mastodonte. ¡Para lo que servía!

De esta suerte fué, no ya un derecho, sino hasta un deber la defensa del amigo ó del pariente, por injusta que fuese la causa, y contra todos, y á costa de la sangre y de la vida; por tanto, era posible que se considerase un hecho dado culpable, y que, con arreglo á las ideas de los españoles, fuera obligatorio ejecutarlo si el Rey lo pedía, santificándose, en general, no sólo la venganza sangrienta, sino rigiendo la ley de que todo agravio, y hasta la apariencia de él, había de borrarse con sangre.