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A una señal de Anco Marcio, las trompetas cesan de tocar. MARCIO. ¿Os detenéis o no? ¡Dios mío, no es fácil atajar un torrente que se precipita hacia el mar! ¡Al fin os habéis detenido! Ahora, obedeced. ¡Atrás los trompetas! ¡Adelante los profesores! Los demás que sigan en su lugar, sin moverse. Los profesores avanzan. MARCIO. ¡Señores profesores, preparaos!

JEFES MILITARES: Respetad y obedeced la autoridad civil; estad siempre en vigilia para sostenerla contra todo aquél que intente derrocarla; éste es vuestro deber. CIUDADANOS TODOS: Respetad la religión de nuestros padres y sus ministros, las leyes que nos rigen y las autoridades constituídas. Si así lo hiciereis, seréis felices y no tendréis motivo de arrepentimiento.

1 Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres; porque esto es justo. 3 para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. 4 Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos; sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor. 5 Siervos, obedeced a vuestros amos según la carne con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como al Cristo;

Lo que me habéis revelado es muy grave, para que la Inquisición deje de ocuparse de ello. Pero yo os lo he revelado en confesión. No importa. Si no queréis exponeros vos mismo, obedeced. Obedeceré, señor. Esta noche, tarde... á las doce, por ejemplo... El cofre es muy pesado, señor. Emplead para traerle cuantos hombres fuesen necesarios. ¡Ah! Ahora oíd. No escandalicéis en vuestra casa.

Por último, el anabaptista, sentado en el fondo del lavadero, en una silla de madera, con las piernas cruzadas, la mirada alta, el gorro de algodón echado hacia atrás y las manos metidas en los bolsillos del casacón, contemplaba aquella escena como si estuviera maravillado, y de vez en cuando decía en tono sentencioso: Lesselé, Katel, obedeced, hijas mías; que esto os sirva de enseñanza; aún no conocéis el mundo, y hay que andar más de prisa.

Seguid el ejemplo de vuestro metropolitano Recafredo, el cual condena ya ese falso celo que os lleva desalados al suplicio, y obedeced tambien los decretos que este justo prelado acaba de dictar para desengañaros de vuestras falsas doctrinas . No busqueis la muerte, no corrais con ciego afan al suicidio, pues no sereis mártires, sino malhechores y temerarios, si en ello os obstinais: sabed que presentándoos á los jueces sin ser violentados, estais excomulgados, y que como infames sereis quemados despues de muertos, dejando á vuestros hermanos y descendientes el baldon del castigo, y no la aureola de la glorificacion. ¡Oh mezquinas consideraciones humanas!