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La Providencia y el Acaso juegan al ajedrez sobre España, que siempre ha sido un tablero con cuarteles de sangre y plata. Entusiasmo de la Sanguijuelera, que cada día simpatiza menos con la demagogia. Dice que los señores son siempre señores y los burros siempre burros. Se promete ir a recibir al nuevo Soberano y aun medita una arenga.

¡Voto a tal! no se moleste usted, señor Durand; usted es uno de los antiguos, un amigo del pobre señor Kernok. Y de nuevo levantó los ojos al cielo suspirando. ¡Qué quieres, muchacho! cuando llega la hora de desamarrar dijo el señor Durand sorbiendo, con un largo resoplido, una gota de aguardiente que quedaba en el fondo de su vaso , cuando el cable cede, el áncora se va al fondo.

Esta muchacha tiene la cara ovalada, largas las pestañas, los ojos dulcemente atristados; viste un traje nuevo con remembranzas viejas, y hay en toda ella, en sus gestos, en su andar, en sus arreos, un aire de esas figuras que dibujaba Gavarni, tan simples, tan elegantes, tan simpáticas, con la cabeza inclinada, con el pelo en tirabuzones, con las manos finas y agudas cruzadas sobre la falda, que cae en tres grandes alforzas sobre los pies buidos.

Sir Roberto, asombrado, creyendo encontrar un nuevo modelo de hombre clástico que colocar en el British Museum, quiso aplicar al hallazgo su método experimental, y recibió, en cambio, un espontáneo abanicazo que, en la irascibilidad de sus nervios excitada, le sacudió el tío Frasquito con su abanico de mandarín en lo alto de la cabeza.

Una noche encontró algo nuevo para hacer patente su admiración. ¡Qué poeta! Lubimoff, á pesar de su melancolía, empezó á reir. ¡El presidente Wilson un poeta!... Don Marcos, balbuceando ante la risa de su príncipe, intentó explicarse. No encontraba la palabra exacta para precisar su pensamiento, pero insistió, considerándolo justo.

Cuando la tenía suspendida a media vara del suelo, sintió ruido en la puerta. Volvió la cabeza aterrado, y un grito ahogado de vergüenza se escapó de su garganta. A la puerta estaban Osuna, D. Martín de las Casas y D. Peregrín Casanova. ¡Ya cayeron los tórtolos! gritó D. Martín con voz estentórea. El P. Gil dejó caer de nuevo a la joven y retrocedió, mirándoles con ojos de espanto.

Según ella todos los pueblos y tribus del Nuevo Mundo habían degenerado y se habían depravado hasta tal punto, que jamás ellos solos hubieran podido salir del tenebroso abismo en que se habían sumido. Fue menester que vinieran los españoles y que para sacarlos de él les tendiesen la mano. Aunque tarde, llegaron a tiempo.

Y tomando Iošeph el cuerpo, embolviólo en una šavana limpia: Y pušolo en un šepulchro šuyo nuevo ÿ avia labrado en peña. Y rebuelta una grande piedra

No basta ver y observar: menester es reproducirlo o crearlo de nuevo valiéndose de la palabra y por virtud de la fantasía. Presupuesto este poder creador, una novela es o debe ser lo que Zola dice.

Si recordamos de nuevo la tendencia predominante en Calderón de pensar y reflexionar, dote que nos ha dado la clave de diversas particularidades de su composición dramática, averiguaremos que esta misma propensión ha impreso otros rasgos característicos en su arte dramático.