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Durante once minutos que he permanecido cerca de la esquina, han atravesado el bulevar de los Italianos cuarenta y nueve ómnibus con veinte personas cada uno, diez en el interior y otras diez en el imperial. Suponiendo que en el trascurso de toda la carrera se renueven tres veces los pasajeros, los cuarenta y nueve ómnibus operarian un trasporte de cuatro mil personas próximamente.

Schopenhauer, su ídolo de momento, se burlaba de la filosofía que sube a la cátedra para darse a entender. Sería pensador independiente; sería escritor. Y Maltrana, filósofo de diez y nueve años, con un ligero vestigio de bigote, se lanzó al mundo.

La obra que se hacia formaba en su planta una gran cruz latina por la interseccion de dos naves, tendida la mayor de oriente á poniente cortando perpendicularmente las nueve naves del centro de las diez y nueve principales de la mezquita, y tendido el crucero de norte á sur, en el ángulo mismo que forma el muro de refuerzo de Al-hakem con el muro de refuerzo de Almanzor.

Hay que dejar hablar al padre, al anciano, al moribundo contestó el doctor con extraña solemnidad, sin interrumpirle; y ya que estamos los tres reunidos como hace nueve meses en el momento en que Magdalena acababa de expirar, voy a trazar la historia de ese amor en este tiempo. He leído lo que has escrito, Amaury; he oído lo que has dicho, Antoñita.

Siento no necesitarlas. Es buena ocasión. Adiós. Trasladóse al Banco, asistió a la reunión, y después de hacer efectivos los nueve mil duros del talón, salió con su amigo Urreta, otro de los célebres banqueros de Madrid. Al llegar cerca de la Puerta del Sol, se dieron la mano para despedirse. ¿Adónde va usted? le preguntó Salabert.

Fue a la catedral, pero no pudo parar allí y a las nueve y media ya estaba en medio de la carretera de Santianes o del Vivero paseándola a lo ancho, agitado, pálido, de un humor de mil diablos. «¿A qué voy yo allá? De fijo estará el otro. ¿Que voy yo a hacer allí? ¡Maldito Vivero!». La berlina tardaba. De Pas daba pataditas de impaciencia.

¡Bien! ¡Bien! A las nueve.... ¡A las nueve en punto!... Me gusta mucho la exactitud. Iba yo a seguir la conversación; pero el abogado me interrumpió bruscamente y tendiéndome la mano me dijo: ¡Adiós! ¡Que usted se divierta! No bien me separé de Castro Pérez, cuando a mi espalda un ruido de carruaje ligero.

Hay diez musas. O por mejor decir, no hay diez musas sino una. Antes había nueve. La una, que las ha matado, es una musa horrible que vive de dar muerte. Esa musa es el <sc>Hambre</sc>. El hambre es la musa de los españoles. ¿Quién dijo esto? ¿Quién lo dijo? Venturita. No señor: don Ventura. Aun no señor: el excelentísimo señor don Ventura de la Vega.

24 sus presentes y sus libaciones con los becerros, con los carneros, y con los corderos, según el número de ellos, conforme a la ley; 25 y un macho cabrío por expiación; además del holocausto continuo, su presente y su libación. 26 Y el quinto día, nueve becerros, dos carneros, catorce corderos de un año sin defecto;

Hacia las nueve, el frío se apoderó de ella y propuso volver al hotel. «Decididamente, dijo, quiero morir aquí; por lo menos estaré tranquilaPero después pensó que el Vesubio no había dicho aún su última palabra y que podría depositar una sábana de fuego sobre su tumba. Entonces habló de volver a París y se acostó con unos escalofríos que no presagiaban nada bueno. La viuda cenó a su lado.