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A él le olía a pólvora el tal galanteo, y esto lo afirmaba con una sonrisa de orgullo, que hacía brillar la blancura de sus dientes de lobezno en el óvalo obscuro de la cara. Ninguno de los pretendientes adelantaba sobre los demás. En dos meses que llevaban de noviazgo, Margalida no había hecho más que escuchar, sonreír y responder a todos con palabras que turbaban a los atlots.

Tuviesen paz los enojos Que airado me solicita?" "quando", Parte XXI. La corrección es de la Suelta. no haré, V. la nota 108. 'Que te ha'. Parte XXI. La corrección es de la Suelta. 'dexa', en Parte XXI. En la Suelta: 'que el no dexarme casar'. empleos, amores, noviazgo. Véase A. Castro, Teatro ant. esp., II, 226-7. "Luego ya", Parte XXI. Seguimos la Suelta. empleo. V. la nota 124.

Un escritor francés, un poco irónico siempre que habla de amor, dice que la causa de que los enamorados no se fastidien de estar juntos consiste en que siempre están hablando de mismos. Luisa y Daniel, en el trascurso de su noviazgo, no lograron agotar el tema. Su adhesión espiritual superaba cuanto ha imaginado el más excelso poeta lírico.

Se trata de un noviazgo últimamente concertado entre una de las más distinguidas señoritas de esta localidad y un conocido caballero bonaerense. He ahí sus respectivas siluetas: Ella. Tiene la belleza de una hurí del séptimo cielo de Mahoma y la gracia de una andaluza.

Permítame usted que le presente a D. Narciso Solís. De esta suerte, el Padre González ha tenido la culpa de que yo conozca a Narcisito. Después, la verdadera culpada de que hable yo con Narcisito, de que me ponga con él de acuerdo, y de que el flirteo se convierta en noviazgo, ha sido esa hipocritona de doña Rita.

Pesaba sobre ellos, como cadena de insufrible presidio, la casta virtud ibicenca, el exclusivismo isleño, receloso para los forasteros. Allí no se bromeaba con el amor, no se perdía el tiempo en galanteos; o la indiferencia hostil, o el noviazgo honesto para casarse cuanto antes.

Pero sólo quiero explicarte... Estoy segura de que todavía lo quiere a José Luis. Dicen que pronto pedirá él una licencia y vendrá... Si eso sucede, Zoraida, tenemos que hacer lo posible, por lo menos, para que vuelvan a verse... Adriana ignoraba todavía las circunstancias de aquel antiguo noviazgo de su amiga. Sin embargo, le pareció que tanto Zoraida como Carmen se equivocaban.

Llaméle a poco rato; le enteré de lo convenido con Tona y su madre; hizo dos zapatetas y se dio dos puñadas en los carrillos; le encarecí la obligación en que estaba de ser más prudente que nunca en lo tocante a su noviazgo, si quería que no se le cerraran las puertas de la casa y le regalara yo en su día el ajuar de la suya; y se fue dando zancadas, riéndose solo y tapándose la boca con las manos en señal de acatamiento a mis recomendaciones, después de pedirme permiso, que le di, para recabar de Tona y de su madre la confirmación verbal de lo acordado conmigo... y para «entrar en la casa» todas las noches, y «si a mano venía», para hablar con la mozona alguna que otra vez con los debidos respetos.

Todos están a las órdenes de V., señora marquesa. En aquel entonces, cuando el noviazgo, era mi Joaquina una moza de lo más selecto que se paseaba por Madrid, y servía de doncella a cierta dama de las más encopetadas, cuya privanza tenía por completo y todos cuyos secretos más íntimos poseía. ¿Y cómo se llamaba esa dama? La Exma. Sra. Condesa de Fajalauza.

Don Paco se atrevió a decir entonces, en mala hora y con poco acierto: ¿Pues qué necesidad hay de que nuestro noviazgo se sepa? Y usted, ¿por quién me toma para insinuar ese sigilo, dado que sea posible? Sólo se oculta lo poco decente, y, por tanto, yo no he de ocultar nada aunque pueda.