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3 Y habitaron en Jerusalén de los hijos de Judá, de los hijos de Benjamín, de los hijos de Efraín y Manasés: 4 Utai hijo de Amiud, hijo de Omri, hijo de Imri, hijo de Bani, de los hijos de Fares hijo de Judá. 5 Y de Siloni, Asaías el primogénito, y sus hijos. 6 Y de los hijos de Zera, Jeuel y sus hermanos, seiscientos noventa.

Pónese a regatear un «marinero» de setenta y dos francos con noventa y cinco céntimos. Al instante vi que no venía por el «marinero», sino por la que lo vendía. ¡Me miraba, me miraba...! ¡Bueno...! Cogió su «marinero» y se marchó.

Ha sido un hombre leal. Ha cumplido siempre, sin vacilaciones, el deber que se impuso noventa y un años atrás. Su conciencia está tranquila. Cuando Dios le llame a juicio y le pregunte si jugó alguna vez a encarnado, él dirá: Nunca.

Presenció el rey todas estas pruebas por unas celosías que daban en los aposentos de las sultanas, y se quedó atónito, que de sus cien mugeres las noventa y nueve se rindiéron á su presencia.

Los piratas berberiscos, los marinos genoveses y españoles y los caballeros de Malta se degollaban implacables sobre las cubiertas de las galeras, y al ser vencedores respetaban la vida del prisionero, tratándolo caballerosamente. Barbarroja, almirante de ochenta y cuatro años, llamaba «mi hermano» á Doria, su eterno rival, que tenía cerca de noventa.

Piensa alguna nueva combinación maravillosa decía Torrebianca á su amigo . Es admirable la cabeza de este hombre. Pero Robledo, sin saber por qué, se acordaba otra vez de sus inquietudes y las de tantos otros allá en Buenos Aires, cuando habían tomado dinero en los Bancos á noventa días vista y era preciso devolverlo á la mañana siguiente.

Por tanto, es preciso ir con tiento, trayendo la gente en corto número para poderla cuidar, porque con la mudanza de tierras, siempre mueren muchos, causa de que en estas Reducciones no sea mucha más la gente y aun en las Misiones de los Moxos es peor, por ser las tierras más trabajosas, y cada día van á menos, si continuamente no reclutan los pueblos con nuevos infieles, como lo procuran hacer aquellos fervorosos Misioneros; bien que en las de los Chiquitos sabemos se ha logrado esta diligencia, pues generalmente se reconoce haber ido en aumento, pues el año de 1723 entraron ochenta familias de infieles en el pueblo de San Rafael, y en el de San Juan noventa y dos almas, valiéndose Dios de un medio bien especial para traer á los infieles que entraron en San Rafael.

Pero todas tenían miedo de ser quemadas y no escribieron sus edades correctamente. Cada una se quitó muchos años. 25 La que tenía noventa, por ejemplo, escribió cincuenta; la de sesenta, treinta y cinco, etc. Recibió el picarón las nuevas cédulas y luego sacó las del día anterior. Había dicho que las había perdido pero no era verdad. Comparó las nuevas cédulas con las otras y dijo: 25

17 los hijos de Azgad, dos mil seiscientos veintidós; 18 los hijos de Adonicam, seiscientos sesenta y siete; 19 los hijos de Bigvai, dos mil sesenta y siete; 20 los hijos de Adín, seiscientos cincuenta y cinco; 21 los hijos de Ater, de Ezequías, noventa y ocho; 22 los hijos de Hasum, trescientos veintiocho; 23 los hijos de Bezai, trescientos veinticuatro; 24 los hijos de Harif, ciento doce;

Era el 16 de julio; en este día la Iglesia celebra, además de la advocación del Carmen, el Triunfo de la Santa Cruz, fiesta conmemorativa de la gran batalla de las Navas de Tolosa, ganada contra los infieles por castellanos, aragoneses y navarros, en aquellos mismos sitios donde nosotros nos batíamos con Francia, y en el mismo 16 del mes de julio. Habían pasado quinientos noventa y seis años.