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Pregunté el porqué á Raleigh-Stirling y me respondió flemáticamente que su pariente era uno de los cuatro propietarios del teatro que ponían aquella magnífica sala á disposición de los empresarios, casi de balde, á fin de que ni sus conciudadanos ni ellos mismos careciesen de placeres artísticos. Desde aquel momento nos conducía el empresario en persona.

El apóstrofe de aquel hombre, tenido por un oráculo; su singular aspecto, su severa mirada y el eco de su vocecilla, nos infundieron tal pavor, que hubo de transcurrir buen espacio de tiempo antes que yo tomase aliento, y sacara la poetisa su flacon, y cerrara la boca el excelente Duque.

Por fin llegó la pregunta que esperaba. ¿Y qué vientos le traen por aquí, señor Sanjurjo? Como tenía bien preparada la respuesta, le expliqué prolijamente las desgracias que me habían acaecido desde la paz. Primero, había residido dos años en Bayona, manteniéndome con los recursos que nos proporcionaban a los emigrados algunas personas acaudaladas del partido.

En vez de asimilarse lo esencial y lo eterno de sus trabajos, nos hemos contentado con su forma puramente externa, copiándola, ó más bien parodiándola, con torpeza incomparable.

Este privilegio nos inclina á creer que acaso sirvió al mismo Enrique III, al cual debería la exención de todo pecho y tributo, más bien que al niño Don Juan II proclamado en 1406. Posible es que este juglar fuera uno de aquéllos á quienes se refiere el siguiente título que va á la cabeza de unas cantigas citadas en el Cancionero de Baena.

Allí se levantaban, al lado del volcán de Tenerife, que nos ha quedado, y de nuestros apagados volcanes de la Auvernia, el Rhin, Herefort, etc., los que debieron minar la existencia de la Atlántida. Todos juntos constituían la parte opuesta de los volcanes de las Antillas y demás cráteres americanos.

Mientras esta operación tenía lugar, Alejandro y yo contemplábamos desde lejos, recostados sobre la reja, porque no nos habían dejado pasar de los quioscos, de la entrada para adelante.

Y sin más preámbulo voy a empezar por la flamante novela titulada Justa y Rufina, cuyo autor es el presbítero D. Juan F. Muñoz Pabón. La sencillez y castiza naturalidad del estilo hacen simpática dicha novela desde que se lee la primera página y nos estimulan a proseguir y a terminar su agradable lectura.

La cosecha de este año no nos da ni la simiente, y el pobre chico tiene más afición á los libros que al arado.

Diríase el espíritu del abismo meditando sus secretos; el alma que llega ó la que algún día debe vivir. ¿O acaso debemos ver en ello el melancólico ensueño de un destino imposible que nunca ha de alcanzar el término apetecido? ¿O el llamamiento á la dicha de amor, único consuelo que en este mundo nos queda?