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Y no pudiendo más tiempo retener sus lágrimas las dejó correr. Á Nolo se le humedecieron también los ojos por el acento verdaderamente desesperado con que la joven pronunció las últimas palabras. Cuando ésta se hubo desahogado un poco dijo en voz baja secándose las lágrimas. Bien está, Nolo; vete con Dios.

Pero no hubo remedio. El barquero en pie empujaba la barca por medio de la maroma tendida de una á otra orilla. Demetria clavó sus ojos grandes, límpidos, inocentes en Nolo y le dijo: ¿Qué tienes conmigo, Nolo? ¿Te he hecho algo malo? El mozo, turbado hasta lo indecible y sin osar mirarla á la cara, balbució: Nada me has hecho, Demetria... pero hay cosas... hay cosas...

Dejó la guadaña y la macona en el prado y emprendió una carrera veloz hacia Canzana. Todavía se hallaba mucha gente delante de casa del tío Goro. Entre los hombres divisó á Nolo. Se acercó á él y le dijo algunas rápidas palabras al oído. El mozo se puso horriblemente pálido. Y sin responderle se fué recto al tío Goro y le habló también al oído. El desgraciado padre empalideció también igualmente.

Si en Canzana hubieran querido añadió la joven después de un rato con acento no exento de amargura nadie me sacaría de casa. ¡Qué iban á hacer los pobres, si no son tus padres! murmuró Nolo. Ellos nada, pero dejarme á que lo hiciera. Bien sabes, Demetria, que eso no puede ser. Ni tenían razón para ello, ni se habrán atrevido á aconsejártelo.

Más de la mitad de aquel montón de árgoma se ha quemado ya en la hoguera: Celso ha disparado una nube de cohetes y los bailarines andan cerca de rendirse. Su voz era dulce, pastosa: su modo de hablar grave y sosegado, trasmitiendo á los demás la calma que reinaba en su espíritu. Desde la Braña hasta aquí hay algunos pasos respondió Nolo con parecido sosiego.

Por un pique que no merece la pena de mentarse, por una miseriuca... Quedó serio repentinamente Nolo. Sus ojos adquirieron una expresión altiva y desdeñosa, y mirando por encima de las cabezas de los enviados hacia lo alto profirió con voz firme: No has faltado á la verdad, Quino, cuando has dicho que siempre hemos estado juntos en las bullas.

Demetria, abre y dame un poco de agua, que tengo sed y estoy rendido dijo Nolo con vozarrón de falsete. ¡Pobrecillo! ¿Por qué no le hemos de abrir? exclamó Felicia. Y levantándose de su tajuela y con la rueca sujeta á la cintura á guisa de lanza, se dirigió á la puerta y la abrió. ¡Nolo!... Pero ¿eres ?... ¡Cómo habíamos de pensar!...

Retírese usted... muchas gracias... adiós se apresuró á decir ella. El criado cerró la puerta. Demetria avanzó por el portal y salió á la calle, pasando por delante de Nolo sin dirigirle la palabra.

Así pasaron al comedor llevando á Flora en el medio. Una vez allí, se dibujó en los labios del ama de gobierno una sonrisa maliciosa y profirió dirigiéndose á Flora: Siéntese, señorita; siéntese frente á su padre. Flora se dejó caer en sus brazos ruborizada. ¡Oh, por Dios, no me hable usted así! Señorita y aldeana. Nolo había tenido tiempo á meditar su resolución.

Entonces todos los ojos se vuelven hacia Nolo de la Braña, que allá lejos seguía departiendo con Demetria sin acercarse al teatro de la lucha. Nolo le grita uno, Matías de Langreo nos ha vencido á todos. ¿Quieres probar tu fuerza? Si os ha vencido á todos, ¿por qué no ha de vencerme á ? replica con orgullosa malicia el héroe de la Braña. Todos deploran que no tome parte en el certamen.