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Y al contemplar aquella lozana vegetación, tan caprichosamente distribuída como no pudiera imaginárselo el más diestro jardinero, exclamó, hasta con fe en las palabras del poeta: «Oh driades de amor hermoso nido, dulces y graciosísimas doncellas, que á la tarde salís de lo escondido, con los cabellos rubios, que las bellas espaldas dejan de oro cobijadas....»

Doña Luz tenía resuelto no ir a Madrid mientras pudiera no ir: quedarse en Villafría viviendo en su casa solariega; tener allí su centro, su cuartel general, su nido; cuidar desde allí de sus bienes e irlos mejorando y aumentando; ahogar en su alma toda propensión celosa; y, no ya consentir, sino impulsar a su marido a que fuese él solo a la capital, a brillar en el Congreso de Diputados, en las luchas políticas y en los negocios militares.

En cuanto a lo de alhajar cómoda y lujosamente un nido donde recibir a Cristeta, también varió algo su propósito, discurriendo que tal vez careciera de sentido común el forjarse ilusiones si la paloma había ya anidado en otro lado, y hasta hecho cría. El deseo de aquel hombre iba sufriendo una transformación tan radical como justificada.

El oficio que rivaliza en importancia con el de la trapera, es indudablemente el del zapatero de viejo. El zapatero de viejo hace su nido en los rincones de los portales; allí tiene una especie de gruta, una socavación subterránea, las más de las veces sin luz ni pavimento.

Os indignais sin razon Contra ese ultraje tan ruin; ¿Puede, en ninguna ocasion, Amenguar un MORATIN La gloria de un CALDERON? Los caractéres de los habitantes del nido, corrian parejas, por lo distintos, con los muebles de la salita.

Eran efectivamente pájaros, porque no tenían más que lo presente y lo que la Providencia divina quisiera darles para pasar del hoy al mañana. El mundo se diferencia de los bosques en que es necesario pagar el nido.

Al pie de otra sierra que se desprende hacia el Sur y vuelve al Este encadenando al Ebro, está Brañosera, y poco más abajo Aguilar de Campóo, la manida de osos y el nido de águilas, principio de otro raudal de hombres no menos fieros, que después de asolar, al mando de Alfonso I, los campos góticos fueron repoblándolos lentamente de castellanos.

¿Está usted herido, valiente Santiago? preguntó el capitán con interés . ¡A ver! No, no, por mi madre, no verá usted nada. Es una insignificancia, una tontería respondió Santiago con una indiferencia afectada, retrocediendo precipitadamente ; pero lo que es importante, capitán, es echar a pique ese nido de demonios.

Pero me has entendido, porque tus orejas se levantan y tus relinchos redoblan. ¡Valor, he ahí mi tartana! he ahí mi enamorada que se balancea sobre las olas como una gaviota se deja mecer en su nido por una onda transparente.

Octuvo el gobierno de Trípoli, que volvió en sus manos á ser depósito del botín, nido de piratas, origen de expediciones y recelo perpetuo de los habitantes de las costas de Italia.