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Aunque era invierno, se me figuraba que los árboles todos del jardín se cubrían de follaje, y que el emparrado que daba sombra a la puerta se llenaba inopinadamente de pámpanos para guarecerles cuando salieran de paseo. El sol era muy fuerte y el aire se entibiaba, oreando aquel nido cuyas primeras pajas había ayudado a reunir yo mismo cuando fui mensajero de sus amores.

En el colegio, el brutal despertar del «Nuevo» caído del nido familiar, en el cuartel la primera llamada del «quinto» arrancado a su aldea, la primera clase de la pasanta en su pupitre, el primer día de la criada en su fogón, del aprendiz en su taller, del dependiente en su tienda, del meritorio en su oficina, ¡qué calvario!

Aquello era toda su fortuna, el nido que cobijaba a lo más amado: su mujer, los tres chiquillos, el par de viejos rocines, fieles compañeros en la diaria batalla por el pan, y la vaca blanca y sonrosada que iba todas las mañanas por las calles de la ciudad despertando a la gente con su triste cencerreo y dejándose sacar unos seis reales de sus ubres siempre hinchadas.

Así han huido, se dijo Lázaro, mis esperanzas; pero estas aves tornarán al nido antes que la noche cierre, y las ilusiones no volverán jamás al alma mía. Nadie contestó al golpe. El edificio estaba abandonado y mudo. La campana cuyos tañidos llegaron hasta Lázaro, era la que en la estación servía para marcar las horas del trabajo.

Allí reposa, en aquella tierra que tanto amaba, mi madre, en un ataúd al lado de otro más pequeño que el suyo, y al cual parece que atrajo, al igual que se derrumba el nido que consigo arrastra la rama caída... Mi imaginación no quiere levantar el velo que cubre a éste, por miedo de ver... ¡lo que no quiero ver más que en el cielo!

¡Cuán dichosa tarde, aquella en que sentados en el suelo al rededor de una silla de Vitoria, ante una humeante ponchera, se inauguró lo que desde luego fué bautizado con el poético nombre de El Nido, y se acordó por unanimidad la conveniencia de amueblarlo... si la próxima sesion habia de levantarse con pantalones completos.

Dejó caer de nuevo el odre, y con la cara entre las manos estuvo llorando largo rato. Al cabo prosiguió su tarea; pero las lágrimas no dejaban de resbalar por sus mejillas escaldándolas. El aleteo y el piar de unos pajaritos la distrajeron un momento. Eran dos jilgueros que tenían allí su nido.

Los numerosos y fuertes lazos que van del mundo exterior al mundo de nuestro espíritu son otros tantos agentes creadores de la sensibilidad. Los primeros colores del nido pintan las primeras imaginaciones del niño y penetran profundamente y para siempre en su corazón; esto faltó a Delaberge.

El gabinete era un nido tibio y hermoso, lleno de perfumes penetrantes; contiguo a él, separada por columnas doradas de madera y por una cortina de damasco azul, estaba la alcoba.

¿Y cómo nos las vamos a componer si esto dura mucho? se preguntó el Capitán con cierta inquietud ; porque estos bandidos son capaces de tenernos sitiados sabe Dios hasta cuando. No tenemos prisa, tío replicó Cornelio : se está muy bien en este nido de cigüeñas. Pero ¿y los víveres? ¿y el agua? ¿Tratarán verdaderamente de sitiarnos? preguntó Van-Horn. Estoy seguro de ello, viejo mío.