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El, hombre de razón, sólo había sabido burlarse de los entusiasmos generosos y desinteresados de los otros hombres, encontrando inmediatamente su parte flaca, su falta de adaptación á las realidades del momento... ¿Con qué derecho reía de su piloto, que era un creyente y soñaba, con la pureza de un niño, en una humanidad libre y feliz?... ¿Qué podía oponer él á esta fe, aparte de sus burlas estúpidas?...
A los ocho días Juanito y Fortuna eran los dos mejores amigos del mundo: no se separaban nunca. El perro dormía sobre un pedazo de alfombra a los pies de la cama del niño. Una mañana don Salvador y Juanito se hallaban en el jardín: el perro les seguía como siempre.
Estás bien, ya estás fuera de peligro, y vivirás, pobre niño; pero ¿has perdido la razón, o Dios quiere que te veamos en tu ser natural, sano y cuerdo, tal y como estabas antes de que aquellos caribes...?
El rector, que era escrupuloso, no se atrevió a decir que entendía por miedo de soltar una mentirilla, y Villamelón prosiguió con el aire de un monarca que se brinda a ser padrino de un pordiosero: Pues nada, padre rector, comulgaremos los dos con el niño, y yo, no crea usted, vendré de uniforme.
Funde cañones, arma ciudadanos, Y al niño, á la muger y los ancianos Les infunde su aliento varonil; Amasa con su sangre su muralla Bajo el fuego de la hórrida metralla Y el mortífero plomo del fusil.
En un extremo de la sala principal hay algo como oratorio, donde resplandece un niño Jesús de talla, blanco y rubio, con ojos azules y bastante guapo. Su vestido es de raso blanco, con manto azul, lleno de estrellitas de oro, y todo él está cubierto de dijes y de joyas.
Otras veces era gran señora, y estaba en su palacio, cuando de repente veía aparecer un esqueleto de niño, con la cabeza muy abultada, y los huesos todos muy finos y limpios, cual si fueran de marfil. El esqueleto traía su fusilito al hombro y marchaba con paso militar. Llegándose ella, movía la gran cabeza y se reía y hablaba.
Algunos lamentos de aquella voz siniestra, llegándose al rincón del Niño Jesús, le henchían la túnica, deshilachada y sin aliño, y le hacían balancearse sobre la rústica peana como en un pánico acunamiento de terremoto.
Los sicarios, encargados de matar al niño, habían tenido piedad de él y le habían expuesto a la puerta del castillo de D. Fruela.
Se hallaba, pues, ésta jugando con su niño como se ha dicho cuando apareció el criado anunciándole que había a la puerta un caballero que deseaba visitar a los señores. ¿No le has dicho que el señorito ha salido? Sí señora, pero me ha dicho que estando la señora es igual. ¿No te ha dado su tarjeta? No señora.
Palabra del Dia
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