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El catalán, atento a los repulgos de la muchacha, murmuraba: niña de los muchos novios, que con ninguno te casas; si te guardas para un rey cuatro tiene la baraja. De aquí surgían desazones entre sobrina y tía. La vieja la trataba de gazmoña y papahostias, y la chica rompía a llorar como una bendita de Dios, con lo que enfureciéndose más aquella megera, la gritaba: ¡Hipócrita!

Lo que hace Guzmán es alejarse de ella cuanto puede, pero sin perderla de vista. ¿Luego algo le queda todavía en el fondo del corazón? Por ella, nada absolutamente; pero le queda, a no dudar, por la niña. ¿De modo que la niña vive aún?

Velázquez bajó la escalera con un nuevo desengaño en el corazón. ¿Cómo? La niña, después de lo que había pasado y en situación tan angustiosa, ¿tenía humor para irse al baile?

Y le querrá a usted todavía. ¿Por qué desesperar? Lacante movió la cabeza sin responder. ¿No sería un extraño desquite de la niña abandonada el haber venido a casa de su padre para morir en ella, dejándole un eterno pesar? Encontré en la calle a mis amigos, que me estaban esperando para asaltarme con sus preguntas.

Yo siempre creo que cuando menos lo pensemos nos vendrá el golpe de suerte, y estaremos tan ricamente, acordándonos de estos días de apuros, y desquitándonos de ellos con la gran vida que nos vamos a dar. Ya no aspiro a la buena vida, Nina declaró casi llorando la señora : sólo aspiro al descanso. ¿Quién piensa en la muerte?

Entonces el santo varón hizo un esfuerzo para vencer su inercia terrorífica, se sacudió todo y con una fuerte voz dijo: «Niña mía, ¿a dónde vas? ¡Ay! exclamó ella sobresaltada, dando un chillido . Me ha asustado usted. Yo creí que estaba sola». ¡Sola! Según eso, D. José era un mueble. Esta idea causó al infeliz viejo grandísima aflicción. «¿Pero qué haces, mujer? ¿Te has vuelto loca?

Ramiro cercó con su brazo el cuello de la niña oprimiéndola con dulzura. Sintió entonces el impulso frenético de poner sus labios sobre los labios de la doncella, de beber y morder en ellos el amor, la lujuria, el delirio, ¡locamente!, y la atrajo por fin hacia él con rabiosa vehemencia. Beatriz lanzó un grito: ¡Alvarez! Uno y otro volvieron el rostro.

Y dirigiéndose á Pepita, añadió: Niña, vámonos. Bastantes atrocidades has oído. Dale gracias á tu padre, que te permite aprender en casa cosas tan horribles. Las dos mujeres salieron del despacho. Urquiola se levantó, dudando un momento entre seguirlas ó acometer al doctor.

Luis y Fernanda comenzaron a verse aquí una o dos veces por semana. Lejos de la mirada fulgurante de Amalia, aquél se encontraba a gusto, recobraba su serenidad. Hablaban larguísimos ratos en voz baja, sin que nadie les molestase; al contrario, la Niña tenía buen cuidado de proporcionarles ocasión y espacio suficientes.

Y ahora, confiésalo misma, niña continuó, ¿no te parece que hace bien, ante esta perspectiva, en quedarse a cubierto en el fondo de su nido calentito y en dejarme partir, puesto que no puedo traerle más que la desgracia? Se pasaba la mano por los cabellos yendo de un lado para otro en el cuarto como un animal perseguido. Roberto dije, te engañas a ti mismo.