United States or Åland ? Vote for the TOP Country of the Week !


Y entonces ¡oh miseria del corazón humano! la pobre niña ocupó mi pensamiento, y cuando me encontré con Gabriela a la entrada del comedor me pareció que era otra mujer, otra joven cualquiera que ni me causaba interés ni era simpática para .

¿Qué has de hacer? interrumpió Antoñona, ya más blanda y afectuosa y con voz insinuante . Yo te diré lo que has de hacer. Si no remediares el mal de mi niña, le aliviarás al menos. ¿No eres tan santo? Pues los santos son compasivos y además valerosos. No huyas como un cobardón grosero, sin despedirte. Ven a ver a mi niña, que está enferma. Haz esta obra de misericordia.

Es mejor, en todo caso, una niña ó una mujer solas en el mundo, que protegida por un hermano ó por un marido deshonrado. Esperaba de un momento á otro algún mensaje del señor de Bevallan. Preparábame á pasar á la casa del preceptor de la villa, que es un oficial joven, herido en Crimea, y pedirle su concurso, cuando llamaron á mi puerta. El que entró fué el señor de Bevallan.

Había quedado Carmencita llena de terror en las manos de doña Rebeca, y doña Rebeca tendía con ansia sus garras de nétigua hacia la herencia codiciada, sin poder apresar los caudales, por tener las uñas llenas de la carne inocente de la niña, flor de pecado y de dolor.

Bueno, quizá eso baste, porque es una niña, porque es más fácil persuadir a las niñas que se queden quietas que a los varones. Yo cómo son éstos; he tenido cuatro , cuatro, sábelo Dios , y si se los ocurriera atarlos se agitarían y gritarían como los cerdos cuando se les pone un anillo en el hocico.

¡Qué barbaridad! exclamaba la niña cogiendo uno con ambas manos, sin lograr ni con mucho abarcarlo. Y poseída de repentino entusiasmo y admiración, añadía: ¡Qué fuerte, qué hermoso eres, Gonzalo! Déjame morderte esos brazos. Y se inclinaba para hincar sus dientes menudísimos en ellos. Pero el mancebo tendía sus férreos músculos, y los dientes resbalaban por la piel sin penetrarla.

No bien hubo percibido aquel rostro delgado y aquella ligera deformidad de la figura, estrechó á la niña contra el pecho, con tan convulsiva fuerza, que la pobre criaturita dió otro grito de dolor. Pero la madre no pareció oirlo. Desde que llegó á la plaza del mercado, y algún tiempo antes que ella le hubiera visto, aquel desconocido había fijado sus miradas en Ester.

Luego se abalanzó sobre Celinda, besándola y mojando su rostro con frecuentes lagrimones. ¡Mi patroncita preciosa!... ¡Mi niña, que la he querido siempre como una hija!... Conocía á Celinda desde que ésta llegó al país y entró ella en la estancia como doméstica. Le resultaba doloroso separarse de la señorita, pero no podía transigir más tiempo con el carácter de su padre.

Nina desconfiaba, creyendo que todo era broma del guasón de Antoñito, y que en vez de encontrar a Doña Francisca nadando en la abundancia, la encontraría ahogándose, como siempre, en un mar de trampas y miserias.

Al poco tiempo su alma ardiente, sagaz, voluntariosa, simpatizó con la de Luis, tímida, infantil, llena de piedad y ternura. Más maestra en el arte de hacerse amar que la niña de Estrada-Rosa, logró pronto inspirar al conde confianza y afecto; le envolvió en una malla espesa de confidencias, no sólo referentes a sus amores, sino de toda la vida. Le confesó tan bien como el más hábil jesuita.