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La neófita miraba por la ventanilla, atraída vagamente y sin interés su atención por la gente que pasaba. Creeríase que miraba hacia fuera por no mirar hacia dentro; Maximiliano se la comía con los ojos, mientras el presbítero procuraba en vano animar la conversación con algunas cuchufletas bien poco ingeniosas. Llegaron por fin al convento.

A la niña la recomienda mucho a sus relaciones femeninas y muy especialmente a unas parientas del propio «tramitador», señoritas distinguidas que figuran mucho en sociedad, las cuales toman bajo su protección a la neófita, logrando que sea invitada a las principales fiestas de nuestro gran mundo. El «tramitador», que todo lo prevé, tiene buenos amigos entre los cronistas sociales de los diarios.

Como en uno de los sucesivos jueves dijera algo acerca de lo que le había gustado la fiesta de Pentecostés, la principal del año en la comunidad, y después recayera la conversación sobre temas de iglesia y de culto, expresándose la neófita con bastante calor, Maximiliano volvió a sentirse atormentado por la idea aquella de que su querida se iba a volver mística y a enamorarse perdidamente de un rival tan temible como Jesucristo.

Con esta explosión de las ingenuidades de Sagrario, cuatro mordiscos de la lima sorda de Leticia, y media docena de comentarios de la neófita, no tan cortos de alcance como pudieron creer sus amigas, tomándolos en toda su apariencia, terminó aquella entrevista, que no la enseñó mucho más de lo que ella sabía o sospechaba.

A las palabras que dijeron, impregnadas de esa cortesía dulzona que informa el estilo y el metal de voz de las religiosas del día, iba la neófita a contestar alguna cosa apropiada al caso; pero se cortó y de sus labios no pudo salir más que un ju ju, que las otras no entendieron. La sesión fue breve.

La compañera que Sor Natividad le dio en aquella faena era una filomena en cuyo rostro se había fijado no pocas veces la neófita, creyendo reconocerlo. Indudablemente había visto aquella cara en alguna parte, pero no recordaba dónde ni cuándo. Ambas se habían mirado mucho, como deseando tener una explicación; pero no se habían dirigido nunca la palabra.

Bien sabían las maestras con qué ansias aguardaba la neófita a que se las abrieran; y por saberlo tanto, se complacían en aguijonear sus impaciencias extremando el color de sus pinturas. Todo cuanto se prometía, física y moralmente, en las niñas Leticia y Sagrario, quedó sobradamente cumplido en estas dos jovenzuelas.

En un extremo del salón rasgueaban sus guitarras unos gitanos, entonando canciones melancólicas. Una de aquellas mujeres, con entusiasmo de neófita, saltó sobre la mesa, comenzando a mover torpemente las soberbias caderas, queriendo imitar las danzas del país, haciendo alarde de los adelantos realizados en pocos días bajo la dirección de un maestro sevillano.