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Se dividen en dos órdenes: 1.º síntomas nerviosos activos que dependen de una afeccion primitiva esencial del cerebro ó de los nervios; 2.º síntomas nerviosos que dependen de una alteracion de los órganos ó de su estímulo, y que son pasivos ó secundarios, como hemos indicado para el acónito.

El cuerpo desmedrado de Maxi le producía, al tocar el suyo, crispamientos nerviosos. Y también se dio a pensar en lo molesto y difícil que era para ella tener que vivir dos vidas diferentes, una verdadera, otra falsa, como las vidas de los que trabajan en el teatro.

Se había contaminado al curar las heridas de un moribundo perdido durante tres días en el fondo de un embudo de tierra abierto por el estallido de un proyectil enorme. Su agonía duró cuarenta y ocho horas, ennegreciéndose lentamente con la expansión de la sangre envenenada, aullando entre nerviosos estertores, doblándose como un arco sobre la cabeza y los pies, que se clavaban en el lecho.

Los síntomas de parálisis que se hallan entre los efectos del acónito, proceden de varios casos de envenenamiento, que admitimos y mencionamos desde este momento, aunque sus análogos sobrevengan en un estado agudísimo ó crónico, porque entran en su esfera de accion como efectos de congestiones activas en los centros nerviosos.

En los movimientos nerviosos de su cabeza, dos o tres hojas de la rosa encarnada que llevaba prendida en el peinado, cayeron al suelo. Pedro las veía caer.

Parecía fuerte, con una salud campesina capaz de afrontar las mayores rudezas, pero las privaciones habían amojamado su cuerpo y daban a su paso cierta irregularidad, como si las piernas sólo pudiesen avanzar a costa de nerviosos temblores. Gesticulaba y hablaba solo, sin hacer caso de la extrañeza de las gentes.

Para esto hubo de adoptar postura violenta, haciendo almohada de sus brazos, cruzados sobre el respaldo, y al dormirse se le quedó colgando la cabeza, de lo que le sobrevino un tremendo tortícolis a la mañana siguiente. Al amanecer de Dios, vencida del cansancio Doña Paca, se quedó dormidita en un sillón. Hablaba en sueños, y su cuerpo se sacudía de rato en rato con estremecimientos nerviosos.

Después extendió sus brazos de esqueleto y la empujó hacia la puerta con tal violencia, que la desdichada huérfana estuvo á punto de caer al suelo. En tanto decía: No sirvo para estas cosas. Me descompongo. Váyase usted pronto, niña. No lugar á que la tratemos con rigor. Clara salió; fué arrojada por los brazos robustos de la vieja Paz, y por los brazos entecos y nerviosos de la vieja Salomé.

Ana vivía ahora de una pasión; tenía un ídolo y era feliz entre sobresaltos nerviosos, punzadas de la carne enferma, miserias del barro humano de que, por su desgracia, estaba hecha. A veces leyendo se mareaba; no veía las letras, tenía que cerrar los ojos, inclinar la cabeza sobre las almohadas y dejarse desvanecer.

Al angustioso movimiento de los pulmones uníanse ahora nerviosos estremecimientos, cada uno de los cuales parecía repercutir en los dos hermanos. Don Juan palidecía como si sufriera los movimientos dolorosos de aquel cuerpo inerte, y miraba a su hermana con la misma expresión que si fuese ella la que martirizara al enfermo.