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Comparado con el guarda del criadero de pescado, el pescador actual, sentado bajo la discreta sombra de un árbol, les parecerá una especie de Nemrod, un héroe de remota antigüedad. #El riego# Consolémonos, no obstante. En el porvenir que nos prepara la explotación científica de la tierra y sus riquezas, la mayor utilidad del arroyo no será la de ser una fábrica de carne viva.

Al salir por el opuesto agujero Ben-Farding, saldrá tan sabio como Soleimán, y tan poderoso como Nemrod. Será obedecido de los genios buenos y malos; mandará en los animales y aves; el Simorgue vendrá a tomar sus órdenes e imperará sobre toda la tierra.

»Este intrépido cazador, el Nemrod de la partida, era un joven de veinticuatro a veinticinco años, de cabellos y bigotes rojos, cuyas facciones, de expresión dura y altanera, hubieran sido regulares si no hubieran estado surcadas por una enorme herida que se había hecho con la rama de un árbol. »¡Por los jabalíes de estos dominios repitió, y por el que he muerto esta mañana!

En la cámara más apartada de esas regiones, y que forma como una al-cuba o media naranja de mil codos de travesía y cien mil de altura, se guardan las tiaras y cetros de los reyes antecesores de Daud, los solios de los antiguos reyes del Yemen, el arco y la maza de Nemrod, que eran de oro y carbuncos, los siete sellos de Soleimán, las coronas de los primeros Califas, y otros mil portentos y riquezas de los reinos del Sur y del Septentrión.

Hay una perspectiva ideal en la que la ciudad no aparece grande sólo porque prometa ocupar el área inmensa que había edificada en torno a la torre de Nemrod; ni aparece fuerte sólo porque sea capaz de levantar de nuevo ante los muros babilónicos sobre los que era posible hacer pasar seis carros de frente; ni aparece hermosa sólo porque, como Babilonia, luzca en los paramentos de sus palacios losas de alabastro y se enguirnalde con los jardines de Semíramis.

Las palabras que he pronunciado ignoro yo lo que significan, pero me consta que nada hay en ellas de pecaminoso. Se han ido conservando por tradición oral entre varones piadosos aficionados a la magia lícita, y son palabras del idioma primitivo que se hablaba mucho antes de Abraham, en Ur de los caldeos, y aun antes, en el imperio que fundó Nemrod en el centro del Asia.

Frígilis sonrió como un filósofo y echó a andar delante. Era un señor ni alto ni bajo, cuadrado; vestía cazadora de paño pardo; iba tocado con gorra negra con orejeras y por único abrigo ostentaba una inmensa bufanda, a cuadros, que le daba diez vueltas al cuello. Lo demás todo era utensilios y atributos de caza, pero sobrios, como los de un Nemrod.

Sobre los muros y sobre los jardines descollaban algunos edificios, como los palacios reales, el templo de Belo y la famosa torre de Nemrod, que constaba de ocho pisos, de más de doscientas varas de alto el primero. Desde la cima de esta torre, que parecía tocar la bóveda celeste, presumían tratar los sabios antiguos con los dioses, secretas inteligencias o genios que mueven los astros.