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El maldito inglés tuvo la culpa y me la ha de pagar. ¡Dios mío, cómo me puse!... ¿Y qué dije, qué dije?... No hagas caso, vida mía, porque seguramente dije mil cosas que no son verdad. ¡Qué bochorno! ¿Estás enfadada? No, si no hay para qué... Cierto. Como estabas... Jacinta no se atrevió a decir «borracho». La palabra horrible negábase a salir de su boca. Dilo, hija.

Notas secretas de algunos embajadores extranjeros habían llegado ya al palacio Basilewsky, y Thiers mismo, temeroso de que el zurriago de las monarquías coligadas le deparase a él algún latigazo, negábase a reconocer la nueva República.

Otro, que vivía tierra adentro, entre indios, en unas montañas muy altas a las que llamaban los Andes, había comprado un predio en Ibiza, que cultivaba su padre. ¡Y el pillo de Pepet, más listo para las letras que los demás, negábase a seguir tan hermosos ejemplos!... Había para matarlo.

Negábase el Cura a ello de todas veras; pero a fuerza de insistir mi tío y de empeñarme yo también, aceptó al cabo. ¿Lo has oído, Tona?... Pues llévale el cuento a Facia para que ponga dos platos más en la mesa, y añade lo que falte, si es que falta algo en la cocina.

Salte a la terraza». Las más de las veces negábase Rosalía. «No estoy yo para paseos... déjame». Pero algunas tardes salía. El señor de Pez la acompañaba. Un día que él salió primero, porque verdaderamente se ahogaba en el caldeado gabinete, la vio aparecer con su bata grosella, adornada de encajes, abanicándose. Estaba elegantísima, algo estrepitosa, como diría Milagros; pero muy bien, muy bien.

¿Aún no ha vuelto el señor de Maltrana? Y al saber que Feli estaba sola, negábase a pasar adelante. Era tarde y debía levantarse con el alba. Que trabaje usted mucho, señora, y duerma bien. ¡Ah! Y si tiene usted un rato libre y quiere distraerse, lea aquella oración tan bonita que le entregué. Se ganan ochenta días de indulgencia.

Formóse rápidamente el proceso, con todos los requisitos de la ley inquisitorial; mas como Sumeño de Porras negábase en absoluto á confesarse autor de los crímenes que se le acusaban, fué sometido á cruel tortura en diversas ocasiones, pero, aunque nada dijo, túvosele por convicto y fué condenado á salir en auto público de fe y llevado luego al Prado de San Sebastián, en donde había de ser quemado vivo.

Hacía ya un mes que permanecía encerrado en su gabinete, sin querer ver a nadie, excepto a la Reina; y a pesar de los ruegos y de las lágrimas de ésta, rehusaba los cuidados y hasta los alimentos que se le daban; ¡en tal estado negábase constantemente a mudarse de ropa y afeitarse!

Gonzalo no dejó la casa de su suegro, quien al cabo de cinco o seis días del desafío, tomó de llevar a Ventura al convento de Ocaña. Pero su vida fué triste, sombría por demás. Negábase, a pesar de las instancias de Pablo, a salir de caza o paseo. Aunque no se negaba de frente a acompañares también él acudió a los engaños para quedarse siempre en casa, donde descaecía a ojos vistas.

Entonces se mostró con bárbara grandeza el coraje de aquel hombre. Hizo que calentasen en una hoguera el peto y el espaldar de una coraza, y cuando las dos planchas de acero estuvieron al rojo blanco, ordenó que se las aplicasen al mismo herido con unas tenazas. Negábase el cirujano a esta horrible curación, pero él le amenazó con la horca para que obedeciese.