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Sus cabellos negros y rizados adornaban su frente blanca y majestuosa: las miradas de sus grandes y negros ojos eran plácidas y penetrantes a la vez.

El doctor procuraba, con breves réplicas monosilábicas, tranquilizarla; el escritor, alto, sombrío, de cabellos negros, algo parecido a su hermano muerto, iba y venía con paso nervioso de un extremo a otro de la estancia, torturaba su barba, miraba por la ventana y daba a entender claramente, con su actitud, que las palabras de su madre le desagradaban.

La visita se realizaba comúnmente en lo alto de la torre truncada, bajo un cobertizo de tejas, reclinado cada cual sobre las tablas de una zahurda, donde los esposos criaban una media docena de cerdos, negros como la pez.

Aquí hizo Lita una pausa, para gozar del efecto de su descripción... En su entusiasmo no vio que el chico, con sus infantiles ojos negros húmedos de piedad y de ternura, meneaba incrédulo la cabeza... Y ella prosiguió, alzando su vocecilla de plata: Yo que esa hada va a curarme y entonces podré saltar y correr, y cuando seamos grandes, ¡los dos nos casaremos!...

Por más esfuerzos que se han hecho por los PP. Misioneros y por las autoridades de las islas para civilizar á los negros aetas, y hacerlos vivir en sociedad, todo ha sido infructuoso.

Y sin embargo, al poner proa al Oeste, siguiendo la misma latitud, refrescaba el aire, y el Almirante encontraba en las costas de Venezuela la isla de la Trinidad, «de temperancia suavísima según sus escritos , con tierras y árboles muy verdes y hermosos, como en Abril las huertas de Valencia, y la gente de muy linda estatura y casi blancos, más astutos y de mayor ingenio que los negros, y no cobardes».

Movida de otro impulso, se quitó la gorra que aprisionaba sus cabellos, que cayeron sobre sus espaldas, ricos, negros, con una mezcla de luz y sombra en su abundancia, comunicándole al rostro todo el encanto de una suave expresión. Jugueteaba en los labios y brillaba en los ojos una tierna y radiante sonrisa, que parecía tener su origen en su femenino corazón.

En fin, adiós; huye de España, vete a otro país; vende la tartana y los negros, vete a vivir tranquilo y dichoso, y, en medio de tu felicidad, acuérdate alguna vez del gitano. Blasillo cayó a sus pies. ¿No te parece, hijo mío, que es una lástima acabar mi vida por donde debería haberla comenzado?

Entre las cañas de la orilla habían visto dos objetos largos y negros que se balanceaban mecidos por la corriente: las piernas de Torrebianca. Robledo no había tenido valor para ver el cadáver. Después de un mes de permanencia en el río, era una masa gelatinosa que parecía vibrar por el rebullicio de la fauna surgida de sus carnes.

Los árboles que orlaban las riberas del Jarama balanceaban sus negros penachos sobre el fondo azul de la noche. El trote de los caballos y sus cascabeles rompían el silencio de la campiña dormida. La luna esparcía sobre ella su luz suave donde flotaban algunos jirones de niebla. García roncaba. Llegaron a Arganda después de las tres.