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Viejo, calvo y horriblemente descarnado, el tercer jinete saltaba sobre el cortante dorso del caballo negro. Sus piernas disecadas oprimían los flancos de la magra bestia. Con una mano enjuta mostraba la balanza, símbolo del alimento escaso, que iba á alcanzar el valor del oro. Las rodillas del cuarto jinete, agudas como espuelas, picaban los costados del caballo pálido.

No puedo omitir, por el mucho conocimiento adquirido en los cinco años que he estado tratando estos salvages en el Rio Negro, cuan útil nos es el método que observan los franceses en sus Indias con semejantes bárbaros, y con cuanta razon nos lo recomienda el Señor Ward en su proyecto económico.

Nos esperaban guardias y lacayos formados en largas hileras; y dando la mano a la Princesa subí con ella la gran escalera del regio edificio, morada de mis antepasados, de la cual tomé posesión como Rey coronado. Me senté después a mi propia mesa, teniendo a mi derecha a la Princesa, al otro lado de ésta a Miguel el Negro y a mi izquierda al venerable cardenal.

El malayo se inclinó sobre el herido como un chacal, y le hundió el cuchillo en el pecho, con tal fuerza, que la punta de acero se clavó en la tabla de la cubierta. Inmediatamente Demóstenes, el negro, y otro marinero cogieron el cadáver y lo tiraron al agua.

En uno de sus estremecimientos sacó de la envoltura de harapos un pie descarnado y pequeño, completamente negro. La falta de circulación aglomeraba la sangre en las extremidades. Las orejas y las manos se ennegrecían igualmente.

Esto ya está visto. ¿Si fuésemos a visitar algo más interesante?... Su pasaje por las calderas fue breve; las hornallas en fila expelían un calor infernal. Asomáronse a un departamento negro, en el cual se agitaban varios hombres medio desnudos, con un gorrito blanco en la cabeza.

Volviéndose a su hermana, más atenta a sus manos que a su discurso, exclamó: ¿Quién diría que un Vargas, Casilda...? No concluyó la frase, pero sobrada elocuencia tenía el movimiento melancólico de su cabeza. Cuando se ha tenido y ya no se tiene, el pan negro se hace más amargo y el blanco más deseado, y los Vargas lo habían comido sobre manteles de holanda...

Cuando estuvo en el trascoro, sacó fuerzas de flaqueza, y aunque iba ciego, procuró no tropezar con los pilares y llegó a la sacristía sin caer ni vacilar siquiera. Ana, vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro; cayó sin sentido. La catedral estaba sola. Las sombras de los pilares y de las bóvedas se iban juntando y dejaban el templo en tinieblas.

El doctor prescribió reposo absoluto, dieta, y para el día próximo un derivativo. Ordenó también un vendaje negro, un calmante ligero para en caso de insomnio, y ofreció venir temprano a la mañana siguiente para examinar con detención los ojos del enfermo. Era ya tarde, y la última luz solar se retiraba lúgubremente de la habitación.

Doña Rebeca y su hija andaban atarantadas con esta pesadilla, y una animadversión latente las separaba más cada día de la dulce niña de Luzmela.... Ya hacía muchos meses que la sobrina de don Manuel había quitado el luto, y todavía Carmencita andaba vestida de negro, con resoba dos trajes.