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Que resulta padre añadió Ronzal ; circunstancia agravante. El hombre abandonado a sus instintos es naturalmente inmoral, y como el pueblo no tiene educación.... El juez aprobó con la cabeza, sin separar los ojos de los gemelos con que apuntaba a Obdulia, vestida de negro y rojo y sentada sobre tres almohadones en un palco contiguo al de Mesía.

Junto a ella venía una figura vestida de una ropa de las que llaman rozagantes, hasta los pies, cubierta la cabeza con un velo negro; pero, al punto que llegó el carro a estar frente a frente de los duques y de don Quijote, cesó la música de las chirimías, y luego la de las arpas y laúdes que en el carro sonaban; y, levantándose en pie la figura de la ropa, la apartó a entrambos lados, y, quitándose el velo del rostro, descubrió patentemente ser la mesma figura de la muerte, descarnada y fea, de que don Quijote recibió pesadumbre y Sancho miedo, y los duques hicieron algún sentimiento temeroso.

No dormía, sin embargo, todo el mundo en la casa; a las once y media abrióse con gran sigilo la puertecilla del jardín pegada por dentro al invernadero, y salió a la calle cautelosamente un bulto negro, que cerró por fuera y se alejó rápidamente, guardándose la llave.

Genoveva era una mujer de cuarenta años poco más o menos; baja, gruesa, morena, mofletuda, con ojos grandes y pardos a flor de la cara, que no decían nada, absolutamente nada, el cabello muy lamido y formando ondas por las sienes. Vestía saya lisa del hábito del Carmen y manto negro de merino anudado a la espalda, al uso de todas las sirvientas provincianas.

Anhelaba, por lo tanto, hablar una vez por todas desde lo alto de su púlpito, y decir en alta voz, ante todo el mundo, lo que él en realidad era: "Yo, á quien veis vestido con este negro traje del sacerdocio; yo, que asciendo al sagrado púlpito y levanto hacia el cielo el rostro pálido tratando de ponerme en relación, en nombre vuestro, con el Todopoderoso; yo, en cuya vida diaria creéis discernir la santidad de Enoch; yo, cuyas pisadas, como suponéis, dejan una huella luminosa en mi sendero terrenal, que servirá á los peregrinos que vengan después de para guiarlos á la región de los bienaventurados; yo, que he puesto el agua del bautismo sobre la cabeza de vuestros hijos; yo, que he repetido las últimas preces por las almas de los que han partido para siempre; yo, vuestro pastor, á quien tanto reverenciáis y en quien tanto confiáis, yo no soy más que una mentira y una profanación."

El de Soledad era negro bordado en rojo, el de Paca amarillo con flores negras, el de María-Manuela rojo y blanco, el de la madrina blanco y verde. Las calles hervían de gente cuando la comitiva se puso en marcha atravesando al medio la ciudad por mayor gala.

Corría el sudor por el rostro de las damas, arrastrando en sus tortuosos raudales el negro de las ojeras, el rojo de las mejillas y el barro blanquecino de los polvos de arroz. La conciencia de estas devastaciones del calor las hacía moverse nerviosas en sus asientos con el abanico sobre el rostro.

Ha de saberse que Papitos era un tanto presumida, y que siendo su principal belleza el cabello negro y abundante, en él ponía sus cinco sentidos. Se peinaba con arte precoz, haciéndose sortijillas y patillas, y para rizarse el fleco, no teniendo tenazas, empleaba un pedazo de alambre grueso, calentándolo hasta el rojo.

En torno de los ojos persistía aquel círculo oscuro, negro, de agitación y dolor. El conde sentía apretarse su corazón cada vez que la veía. Costábale trabajo retener las lágrimas. Amalia no dio noticia a su amante del imprudente anónimo que había dirigido a Quiñones. Temiendo, por la actitud de éste, algún grave acontecimiento, resolviose a despistarle, ya que volverle la calma no era posible.

La existencia de este infierno interior se transparenta en los recursos insuperables de su arte, en el abismo negro de sus ojos, cargados con la enorme tristeza de haber visto pasar la dicha, en la nerviosa elocuencia de sus manos lívidas, en todas las actitudes de su cuerpo raquítico, delgado, desprovisto de atractivos sensuales, y sin embargo, tan imponente en los arrebatos homicidas de la tragedia, y tan envolvente, tan adorable, tan refinadamente femenino, en las horas azules de la caricia.