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Conocida por el caballero la misión que tenía el Alcalde, negóse desde luego á darse á prisión muy resueltamente, trabándose vivo diálogo entre unos y otros, al cual quiso poner término la autoridad, haciendo que los corchetes se avanzasen á don Bernardino y lo redujeran á prisión por la fuerza.

La rigidez del gobernador Velasco suscitó en 1820 la primera pendencia entre los indígenas y la autoridad. Injustamente quejoso este gobernador, del cacique de San-Pedro, llamado Marasa, lo hizo venir á su presencia y le mandó deponer el baston, distintivo del poder. Négose á ello el cacique, alegando que Dios le habia conferido aquel privilegio.

Pero la Isidra negose a esto. ¿Y su hijo? ¿No expulsarían a su Isidrín del Hospicio al tener un padre que trabajase por él?... Ella le quería allí; le quería sabio, ya que, según los informes de los maestros, iba para ello, y la señora mostrábase cada vez más dispuesta a hacer de él un señorito, un hombre de carrera. Tenía fe en el porvenir de su hijo.

Al cabo de un rato, Rosa la arrancó a viva fuerza de allí, y volvió a sujetarla al pesebre: después se puso a ordeñar, dándose muy buena traza. Cuando hubo mediado el jarro de madera, se lo ofreció a Andrés, pero éste negose a aceptarlo galantemente si antes ella no bebía. La leche caliente y espumosa dejó en los labios de Rosa un cerco blanco a modo de bigote.

Alcanzó por tal medio el galán los favores de la bella, pero harto quizás luego de sus caricias, negóse á cumplir la empeñada palabra, con lo cual la dama, que no tenía testigos del juramento dado, se le ocurrió la original idea de poner por testigo á la imagen.

Sacola de esta cavilación doña Lupe, que entró con pisadas de gato, y le dijo que era preciso tomara algo. Negose Fortunata a comer cosa alguna, y dijo que lo único que apetecía era una naranja para chuparla. «¿Antojitos yamurmuró la tía sonriendo, y mandó a Papitos por la naranja.

Currita recibió la noticia con frialdad aterradora y negóse rotundamente a hacer uso de la receta, con cierta especie de rencorosa terquedad, impropia del caso; también ella había recibido aquel día carta cariñosa de Jacobo, fechada asimismo en Milán, hablándole vagamente de grandes peligros y grandes negocios, y prometiéndole, con la fatua seguridad de quien presume ser esperado con ansia, el gozo imponderable de su próximo regreso y la explicación satisfactoria de su repentina marcha.

No considerándose aún desagraviada Isidora con estos regalitos, negose a admitirlos; pero Mariano se abalanzó al plato más pronto que la vista, y arrebatando el turrón, empezó a engullir con tanta prisa, que no pudo su hermana evitarlo. «¡Malcriado..., glotón! le dijo cuando otra vez se quedaron solos . ¿No has comido ya bastante?». Mariano negó con la cabeza, por no poder hacerlo con la boca.

Referíase en secreto que este hombre inflexible había metido en el calabozo a su hijo único, joven militar de veintidós años de edad, por un acto de insubordinación. El muchacho, digno hijo de tal padre, negose resueltamente a ceder, cayó enfermo y murió en el calabozo.

En el fuego del amor, en el arrebato de los celos, y en premio de su fe y de sus servicios, pidió Marcilla a Segura la fineza de un beso, pero esta se lo negó como esposa fiel y como honrada: Marcilla una y otra vez importunó a Isabel y una otra vez negose ella.