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En esa frase en que daba la razón al negador ¿hasta qué punto intervenía la ironía?

Ambos debían haberse amado castamente durante un cierto tiempo, ella en la esperanza de apaciguar y redimir al negador, él sin duda sonriendo de tal esperanza, y un día, la complicidad de las circunstancias, la dulce influencia de la hora, la debilidad de la mujer, la prepotencia del hombre habían cambiado repentinamente la naturaleza de sus relaciones.

Así, con esa fe desesperada, con la amarga complacencia de haber sabido comprender la estéril verdad, había vivido años, y estas opiniones se reflejaban demasiado fielmente en su arte, que era negador, frío y amargo.

Una segunda caída no solamente no tenía excusa alguna, sino que además habría confirmado ni escéptico juicio que se había formado de ella su primer amante: «Tu sacrificio te duele; quieres obtener una compensación y la buscarás en otro amor: no lo dudes, alguien te lo ofrecerá...» Estas palabras de Zakunine que la habían humillado y ofendido cuando no eran más que una escéptica previsión, habrían sido confirmadas por el hecho, expresado la realidad, si ella hubiera cedido al amor de Vérod: entonces el escéptico, el negador, el blasfemador hubiera tenido razón; la fe en que la creyente se sostenía contra él se había reducido como él quería reducirla, a una mentira, a una hipocresía.

En los males imaginarios, el empresario del remedio es, por supuesto, el más entusiasta y el más infatigable propagandista del peligro: cada cual se preocupa de hacer creer en la realidad del infierno de que puede sacar penados, siendo al mismo tiempo el más ardoroso negador de la existencia de los otros infiernos de que sacan otros especialistas.