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Había aparecido entre el follaje, mostrando completamente todo su busto y cara. Era, , la auténtica imagen de aquella escogida doncella de Nazareth, cuya perfección moral han tratado de expresar por medio de la forma pictórica los artistas de diez y ocho siglos, desde San Lucas hasta los contemporáneos.

Jesucristo fué artista y redimió a Israel; y aquel inolvidable mesías filipino era un sublime artista y un redentor también. Con la unción de su verbo fundó aquí su reinado, el genial superhombre, varón de Nazareth; y Rizal con su pluma, demolió tiranías y liberó a su pueblo del hispano poder.

Y entrando el en Ierušalë, toda la ciudad še alborotó diziendo, Quien es ešte? Y las compañas dezian, Ešte es Iešus el Propheta de Nazareth^ de Galilea. Y entrò Iešus en el Templo de Dios, y echó fuera todos losque vendian y compravan en el Templo, y traštornò las mešas de los cambiadóres, y las šillas de los que vendian palomas.

Y aparecen figuras extraordinarias, enigmáticas, en quienes palpitan encarnaciones distintas y olvidadas de la eterna Eva. Allí se acercan la Venus Fecunda, ensangrentada por un cilicio, envuelta en un sudario, y María de Nazareth, coronada de pámpanos y esgrimiendo el tirso de las bacantes. La diosa gentílica canta el Dies irae. La virgen cristiana recita los versos impíos de Lucrecio...

En las entrañas de la Virgen encarnó el Verbo, pero una sola vez: en sus manos de sacerdote, por virtud de frases salidas de sus labios, encarnaría el Verbo todos los días, y no en forma mortal, como le concibió María de Nazareth, sino impasible, inmortal, glorioso, como está en los cielos. ¿Qué poder ni dignidad había igual al suyo?

Al cabo se dibujó una significativa sonrisa en los labios de Moreno y profirió, dando a sus palabras marcada intención irónica: ¿Y qué me dice usted del gran judío? ¿Quién? preguntó Sánchez sin comprender. ¿Quién ha de ser? El judío de Nazareth. ¡Ah! Jesucristo... ¡Oh! ¡oh! ¡oh!... D. Pantaleón fue atacado instantáneamente de una risa convulsiva. Aquello realmente era cosa perdida.

Mientras el cuerpo dormía en este dulce enajenamiento de los sentidos, velaba el espíritu con actividad maravillosa. Su memoria estaba bañada de claridad y la imaginación se lanzaba con raudo vuelo dando vuelta a los orbes. En vez de meditar sobre la muerte del Señor, pensaba con íntima complacencia en su adorable vida y recorría todos los pasos completamente embelesada, representándoselos con tal verdad como si realmente hubiese asistido a ellos. Veía primeramente a Jesús naciendo en la gruta de las cercanías de Belén, abrazando con sus tiernos brazos el cuello de la Virgen y sonriendo a los pastores y a los magos que de luengas tierras vinieron a adorarlo. Veíale en seguida transportado a Egipto, recorriendo los desiertos de la Arabia, durmiendo sobre el regazo de su madre debajo de algún árbol o en el fondo de alguna cueva. Después lo encontraba en los pórticos del templo de Jerusalén sentado en medio de los doctores, cuando sólo tenía doce años, con sus largos cabellos de color de bronce y la blanca túnica, que formaba graciosos pliegues hasta cubrirle los pies, asombrando a todos tanto por su belleza sobrehumana como por la profunda sabiduría de sus palabras. Contemplábale en su modesto albergue de Nazareth, en la paz de una vida obscura y contemplativa, nutriendo su divino espíritu de las sublimes verdades que el Eterno Padre le comunicaba en sus frecuentes solitarios paseos. Asistía después a sus primeras predicaciones por la Galilea y al primer milagro con que dio testimonio de su poder infinito en las bodas de Caná. Acompañábale a Cafarnaum, cuando de pie sobre una barca de pescar, mecida suavemente por las olas, dirigía su palabra, más clara que el sol que los alumbraba, más dulce que la brisa de la tarde, a la muchedumbre congregada a la orilla. Volvía con