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El mayordomo, poco atento para su aspecto encogido y la pobreza de su traje negro, la había colocado en un camarote de dos personas, dándole por compañera a Concha, la muchacha de Madrid, «esta buena señorita», como la llamaba ella aun en los momentos de mayor intimidad. Regresaba a la tierra natal después de haber pasado unos meses en Holanda cerca de sus nietos.

La ofendida heredera de Estrada-Rosa no había imaginado sentir tal alegría al poner la planta en su pueblo natal. Sus amigas la llevaron abrazada, casi en volandas, hasta casa. Allí se despidieron todas, menos Emilita Mateo, a quien Fernanda hizo una seña para que se quedase.

Al principio, hasta experimentó cierta extrañeza al hacer uso del idioma natal. Había permanecido en la estancia años enteros sin pronunciar una palabra en su lengua. Pensaba en español, y al trasladar las ideas al idioma de sus ascendientes, salpicaba el francés con toda clase de locuciones criollas.

Es una cosa particular el sol del país natal. Dora todo lo que toca, y brotan canciones de los labios que acaricia. ¡Qué hermosa es la vida en la casa paterna! ¡Viva la alegría! Tengo ahora en casa todo un nido de alegres pájaros; dice riendo Martín, que va a darle los buenos días.

Cinco dias despues de tan relevante hecho de armas, con el cual podia darse ya por asegurada la libertad de la República colombiana, el celebérrimo caudillo caraqueño entró en su pueblo natal, donde una vez mas fué acogido con extraordinaria y completa ovacion.

Amigo, amigo... ¡no hay que darle vueltas! ¡El Melchor Cano de VillaverdeMi querida ciudad natal es pobre, paupérrima, como decía don Román. Una agricultura descuidada es para ella la única fuente de riqueza, gracias a las lluvias, que allí, como en Pluviosilla, no escasean. El suelo es fértil, pero le falta riego. El Pedregoso con su cauce hondísimo no basta para las necesidades de la tierra.

Había estado en Milán, con el objeto de ver su casa natal, una casa alta y severa como una torre, situada en una calle lejana y silenciosa, enfrente de una pequeña iglesia embellecida por muchísimas flores.

Y añadía, mesándose el copete ralo y encanecido: ¡Está en la sangre! ¡En la sangre! ¡El aire de la tierra natal! ¡Qué grato y qué fresco esa mañana! El sol inundaba el valle y dibujaba en los muros de las vetustas casas la sombra ondulada de los aleros. De las húmedas montañas, bañadas la víspera por copiosa lluvia, soplaba un vientecillo halagador y perfumado.

Bolívar es todavía un cuento forjado sobre datos ciertos; Bolívar, el verdadero Bolívar, no lo conoce aún el mundo, y es muy probable que cuando lo traduzcan a su idioma natal, aparezca más sorprendente y más grande aún.

Un ciudadano suizo, culpable de un robo verificado en una iglesia de Samen, ha sido condenado á lo siguiente: «Un cuarto de hora de argolla, vigilado por el verdugo, á 60 palos dados públicamente por el ejecutor de la justicia, á tirar durante cinco años de un carretón, á diez años de internacion en su distrito natal, á no poder casarse jamas, á la pérdida de sus derechos civiles y políticos, á ejercicios piadosos, á hacer penitencia en la iglesia, con un báculo en la mano, y una cuerda al cuello, á daños y perjuicios y á los gastos del juicio