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Como ejercía una autoridad de procónsul sobre su comarca natal, una de sus primeras disposiciones fué apoderarse de la gran propiedad en la que había trabajado como humilde capataz. El propietario, residente en París, recibió de él una carta dulce y respetuosa: «Venga usted por aquí, patroncito; tendré un verdadero gusto en verle. Arreglaremos cuentas sobre su hacienda.

Describían los paisajes risueños del suelo natal á los enfermos ilusionados que poco después habían de morir; cantaban á media voz las canciones del terruño; encontraban con su instinto de mujeres de salón las conversaciones que más podían agradar á cada uno.

Mirbeau es normando; desde niño amó el peligro; era ágil, fuerte y violento; sus compañeros le temían; muchas veces, para acreditar su valor, se arrojaba ante los coches que pasaban por la carretera de Tréviéres, su pueblo natal.

El tío Correa tenía «sus letras». En su país natal llevaba ejercidas diversas profesiones, mostrándose siempre un incansable lector de diarios. Además, había asistido á muchas reuniones políticas y trabajado en las elecciones, pronunciando discursos á su modo en las tabernas del pueblo. Lo que iba á contar ahora no era un cuento.

Por otra parte no estoy seguro de que hubiera comprendido en toda su intensidad e intención el valor de sus escritos y obras, en la primera juventud en que gustamos más de la frase que suena, de la cláusula armónica al oído, que de su contenido o sustancia. Y no es mía la culpa; en mi lejana ciudad natal el maestro era un desconocido y seguirá siéndolo quién sabe por cuanto tiempo.

Al salir de la Antigua Mansión, fué principalmente este extraño, apático y triste apego á mi ciudad natal, lo que me trajo á desempeñar un empleo oficial en el gran edificio de ladrillos que he descrito, y servía de Aduana, cuando hubiera podido ir, quizá con mejor fortuna, á otro punto cualquiera. Pero estaba escrito.

Elena, tu belleza es para como esas barcas niceanas de otro tiempo que sobre una mar profunda llevaban dulcemente al viajero, cansado, hacia su ribera natal. Largo tiempo habituado a errar sobre mares desesperados, tu cabellera de jacinto, tu clásico perfil, tus cantos de náyade me han transportado al corazón de aquella gloria que fué la Grecia, de aquella grandeza que fué Roma.

Son posteriores, en la fecha, á las mencionadas, y en la última, cuyo asunto proviene de las guerras civiles de Granada, se notan ciertos rasgos románticos, de los cuales no pudo prescindir el poeta recordando su bella ciudad natal.

Se comunicaban sus ideas bajo el deslumbramiento de la vida fácil de París, libres de los escrúpulos y preocupaciones de la tierra natal. Todas ellas creían haber nacido meses antes, reconociéndose con méritos no sospechados hasta entonces. El cambio de hemisferio había aumentado sus valores. Algunas hasta escribían versos en francés.

También yo he visitado hace poco nuestra villa y se me han caído las alas del corazón al verme forastero en mi pueblo natal. A me perseguían de noche no qué sombras que salían de aquel negro caserío. Todos los perros del pueblo me ladraban ¡mil rábanos! con furia horripilante. También a .