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; algo tenía del otro... la frente pesada, los cabellos lacios, la nariz picuda y la barba saliente, que, andando los años, se inclinarían buscándose, para darle cierto perfil de bruja... ¡Excelente y glorioso Ricardo! ¡Por dónde había venido a proporcionarle una de las mayores felicidades de su vida!... ¡Qué hembra tan original aquélla!

Por fin, cuando ya anochecía el tercero y mientras yo entristecido por su ausencia, pues había salido aquella tarde, contemplaba su habitación desierta, vi desprenderse de sus rosales una hoja que empujada por el viento cayó revoloteando hasta la calle. La manzana que a Newton le cayó en la nariz, fue para el sabio una revelación de la gravitación universal.

Esta vez, M. L'Ambert montó en cólera, a pesar de no habérsele hecho ninguna observación, y mandó a buscar otras gafas a un establecimiento rival. Pero hubiérase dicho que todos los ópticos de París se habían puesto de acuerdo para que se rompiesen sus gafas en la nariz del pobre millonario. Nada menos que doce sufrieron igual suerte, unas tras otras.

¡Los tipos que he visto pasar por aquí en pocos años! continuaba Robledo . Una vez me interesé por cierto peón que tenía la nariz roja de los alcohólicos, pero guardaba en su persona un no qué revelador de un pasado interesante.

En el mezereum, la fiebre es mas viva, hay mas constantemente alternativas de frio y de calor, y este sucede á los calofríos y dura mas que ellos. La eufrasia estiende su irritacion mas allá de la laringe, sin fiebre ó antes que esta se declare; las mucosas de los ojos y de la nariz se alteran y se siente en ellas escozor, lagrimeo, estornudo.

Los españoles encontraban con asombro al mozo de Sanlúcar, de Triana o de un pueblecillo de Extremadura con el pecho pintarrajeado, corona de plumas y un anillo en la nariz, apoyado fieramente en su arco y barboteando trabajosamente un castellano que casi había olvidado.

Nicolás era desgarbado, vulgarote, la cara encendida y agujereada como un cedazo a causa de la viruela, y tan peludo, que le salían mechones por la nariz y por las orejas. Maximiliano era raquítico, de naturaleza pobre y linfática, absolutamente privado de gracias personales. Como que había nacido de siete meses y luego se le criaron con biberón y con una cabra.

Fragoso y Yaguaí hicieron solos el gasto de la jornada, y si el primero sacó de ella la muñeca dolorida, el segundo echaba al respirar burbujas sanguinolentas por la nariz. En doce días, a pesar de cuanto hicieron Fragoso y el fox-terrier para salvarlo, el rozado estaba perdido. Las ratas, al igual de las martinetas, saben muy bien desenterrar el grano adherido aún a la plantita.

Sus ojos entreabiertos tenían una aureola de momentáneas arrugas; la nariz había tomado el lívido afilamiento de los moribundos. El casco de sus cabellos, roto bajo el puñetazo, se esparcía en mallas doradas y ondulantes. Algo negro serpenteaba formando hilillos sobre la seda del almohadón.

El estudiantillo desenvuelto se acercaba de cuando en cuando al cortinón, detrás del cual estaba apercibido el fonógrafo; abría una rendija, inmiscuía la nariz, y se volvía a decir: «Se va llenando el salón», «ya está lleno», «el filósofo sube al estrado», «monsieur Cleo de Merode va a comenzar su conferencia». Oyóse el carraspeo del fonógrafo, precursor de la emisión de la palabra.