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Cerca de la estufa había un piano, y sobre su tapa un rimero de partituras amarilleadas por el tiempo: La sonámbula, Lucía, romanzas de Tosti, canciones napolitanas, melodías fáciles y graciosas que esparcían las viejas cuerdas del instrumento con el timbre frágil y cristalino de una caja de música. El pobre nauta de piernas de piedra tendía su corazón enfermo hacia el mar de la luz.

Sobre una mesa lucía sus marfiles y platas un gran neceser con la tapa de cuero abierta. Unas cuantas estatuillas napolitanas habían sido compradas á última hora para dar cierto aire de sedentaria respetabilidad á este salón que podía deshacerse rápidamente, y cuyos adornos más valiosos eran objetos de viaje.

Voces aflautadas y tímidas vocalizaban romanzas sentimentales, canciones napolitanas, y se interrumpían para decir: «¡Viniendo artistas a bordo! ¡qué atrevimiento!...». Algunas jóvenes, bajo la crítica severa de un tribunal de padres y de tías, recitaban versos en francés, tapándose con un abanico los ojazos ardientes de criolla o la boca carmesí, en la que empezaba a diseñarse la seda de un leve bozo, contorsionando con reverencias de dama versallesca sus caderas en capullo de futuras procreadoras.

Ferragut lo creyó por un instante, oyendo sus maldiciones napolitanas... Subieron los dos al vehículo más próximo, é inmediatamente cesó el tumulto. Los coches vacíos volvieron á ocupar su lugar en la fila y los rivales á muerte reanudaron su plácida y risueña conversación. Una pluma recta y enorme se balanceaba sobre la cabeza del caballo.

Y es el motivo que han llegado unas señoritas napolitanas a hacer música, tarde y noche, y la gente invade la sala entre un estrépito de cucharillas y platillos y una greguería grotesca y plebeya. Yo he descubierto la mixtificación: estas virtuosas no son napolitanas; la dulce musicalidad de esta palabra sirve de reclamo para ese eterno alucinado que se llama público. Pero ¡qué importa!

¿Crees que sería capaz de doblar mi orgullo hasta el punto de ser dama de la duquesa de Osuna, si la duquesa llegase á ser reina? . Y entonces, ¿por qué quieres destrozarme el corazón, abandonándome? Es que yo no te abandono, me ausento. Tu ausencia es la muerte de mi esperanza. ¡Dicen que son tan hermosas las napolitanas! ¿No has dejado allí ningún amor, don Francisco?