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¿Ya se fué esa loca? preguntó misia Gregoria, abriendo los ojos y apartando las manos del torturado órgano auditivo, ¡qué carácter de muchacha! al momento se atufa, y no hay más que dejarla desahogar. Lo mismo era yo, a su edad. Nanita, ven acá, acércate. Susana obedeció.

Dispensa, Nanita; cuando uno es un hombre honrado, porque eso , a honradez nadie me gana... ¡ya la quisieran muchos para su uso personal! y uno es desgraciado... no hay razón. Todos no hemos de salir con mucha chispa en la cabeza o muchas uñas en las manos. ¡Qué pesado estás, Agapo! A ver, ¿qué te dió de almorzar la tía Silda? Pues la tía Silda... Hablando de la familia de Vargas, se animaba.

¡Hombre, por Dios! ¿Quién dice? ¿El Duque de Sexto? Usted se empeña en no pasar del año de la Nanita. Si eso es del tiempo de la guerra de África, Sr. de Ponte, o poco después afirmó el de los caracoles . Yo me acuerdo... cuando la unión liberal... Era Ministro de la Gobernación D. José Posada Herrera.

Pero el atorrante, que creyó percibir dejo de mujer, apresuróse a cargar el lío y a escapar, temiendo tropezar con su cuñada y que le sorprendiera en flagrante delito de profanación y sacrilegio. Adiós, Nanita; ¡Dios te lo pague, hija! Fué a abrir la puerta, a tiempo que misia Gregoria entraba, con Angelita.

Nosotros representamos las venerandas tradiciones de nuestros mayores. Somos el pasado. Somos el año de la Nanita... EL ENGA

No lo era Susana, sin embargo, aunque buena y débil; en la casa era ella el ama de llaves, la que lidiaba con sirvientes, la que organizaba y dirigía todo. Venía Jacinto: Nanita, vas a pegarme este botón, ¿verdad? y luego me das una puntada en este ojal y otra en el forro del chaqué. Eso es; así me gusta.

Esteven la llamaba su Nanita querida; la madre hablaba de mandar construir un nicho muy dorado con dosel y todo, para meterla dentro, como santita que era; Jacinto la traía regalos siempre que podía, y en cuanto a Angela, caso extraño, su antítesis, el polo opuesto de Susana, la respetaba y miraba como algo superior y sobrenatural.

Pero, la señora, estrechando la hermosa cabecita de virgen contra su seno opulento, protestaba: no, la buena era ella, su hija, su Nanita adorada; a ver, que vinieran todos los ángeles del cielo y todos los santos del almanaque a competir con ella; ¿a que se volvían avergonzados de la derrota?

Nanita decía Angela, la menor, una niña que entre otros defectos que ya irán saliendo, tenía el horrible e imperdonable de comerse las uñas, Nanita, vas a desenredarme el pelo y hacerme la trenza. Así; perfectamente. Misia Gregoria llegaba: Anda, hija mía, ve cómo esa condenada de cocinera prepara el escabeche; entiendes de guisos.

Se miraba al espejo, adoptando posturas de academia. Y mientras él hacía cucamonas a su propia figura, Susana fué adentro y trajo un gran paquete. Aquí tienes el sobretodo, los pantalones, las camisas... todo en muy buen uso. Esto es de papá, esto de Jacinto. Se me ocurre una cosa, Nanita. ¿Qué?