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Apenas si se atreve a decir a Pepita «buenos ojos tienes»; y en verdad que si lo dijese no mentiría, porque los tiene grandes, verdes como los de Circe, hermosos y rasgados; y lo que más mérito y valor les da, es que no parece sino que ella no lo sabe, pues no se descubre en ella la menor intención de agradar a nadie ni de atraer a nadie con lo dulce de sus miradas.

Nadie como los hombres que se dedican a la enseñanza tienen tanto interés en conocer la mentalidad de la sociedad en que viven y a la que tienen el deber de educar.

El único lugar de la tierra que no tiene dueño dijo el doctor Zurita en un grupo . La única isla que no ha tentado la codicia de nadie... Cómo será, que ni a los ingleses se les ha ocurrido plantar en ella su bandera.

Mata de una puñalada á un criado que se opone á su entrada, pero llega á escaparse antes de que acudan los vecinos atraídos por el escándalo. Nadie sabe quién es el asesino. Juan Pascual prende á todos los habitantes de la calle, y nada puede averiguar; pero una vieja, que trabajaba tarde en su ventana, á la luz de un candil, declara que ha conocido al Rey.

Tenía razón don Timoteo. Haga usted una visita a don Timoteo; en buena hora; pero no espere usted que se la pague. Don Timoteo no visita a nadie. ¡Está tan ocupado! El estado de su salud no le permite usar de cumplimientos; en una palabra, no es para don Timoteo la buena crianza. Veámosle en sociedad. ¡Qué aire de suficiencia, de autoridad, de supremacía!

Así, el Magistral conocía los deslices, las manías, los vicios y hasta los crímenes a veces, de muchos señores vetustenses que no confesaban con él o no confesaban con nadie.

Yo... balbuceó Bermúdez usted dispense... como nadie me decía nada... creí que no estorbaba... y además... creía que al bajarme... pudiese empeorar la situación de esa señora... alguna sacudida. ¡Ay, no, no! no se baje usted gritó la viuda con espanto. ¿Cómo que no? rugió furioso don Álvaro . ¿Quiere usted que yo levante este armatoste con los dos encima y a pulso?

Todos se lanzaban en las más extravagantes conjeturas, aventuraban las hipótesis más osadas, pero no por eso estaba nadie más adelantado. Unos hablaban de amor desgraciado, otros de amor demasiado feliz, y otros pretendían absolutamente haber dicho siempre, desde mucho antes, que Olga concluiría mal, seguramente.

La Compañía recomendó a Urbistondo que no se metiese a favorecerla; pero el capitán, con aquella admirable confianza que tenía en sus facultades intelectuales, no hizo caso. Creía deber suyo no perjudicar a nadie, y el director de la casa lo sacó del barco y lo llevó al almacén, donde le ocurrió el percance de la pierna.

Era la retirada de que hablaban las gentes en París, pero que muchos no querían creer; la retirada llegando hasta allí y continuando su retroceso indefinido, pues nadie sabía cual iba á ser su límite. El optimismo le sugirió una esperanza inverosímil. Tal vez esta retirada comprendía únicamente los hospitales, los almacenes, todo lo que se estaciona á espaldas de un ejército.