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Al hijo mayor, joven de veinte años, le desplumaron aquella misma noche en el Casino; y al otro día se largaron todos por donde habían venido, después de haberles sacado el redaño el posadero. Claro está que no han vuelto por aquí, ni alma nacida tampoco.

Una criatura recién nacida que lloraba bajo su capa, me indicó que era él. De tres saltos me puse junto á su lado. Una madre te ha maldecido, y yo soy la mano de Dios exclamé. Y le di de puñaladas. ¡De puñaladas! dijo el rey. , por cierto, de puñaladas; el hombre que roba á una madre su hija, el hombre á quien una madre desventurada maldice, debe morir.

Belarmino recogió a la criatura, apenas nacida, y la crió él mismo con biberón. Esto ocurrió un año antes de casarse con Xuana. Belarmino había contado a Xuana, antes de casarse, la verdadera historia, que ella admitió sin sospechas.

¿Y de quién era? preguntó la viuda con curiosidad ansiosa. De una tal Clarita. Pero ¡qué carta, doña Manuela! ¡Qué cosas tan indecentes había en ella! Parece imposible que hombres honrados y con hijos puedan leer tales porquerías. Y la pobre mujer ruborizábase, mostrando en su cara nacida y lustrosa de monja enclaustrada la misma expresión de vergüenza que si fuese ella la autora de la carta.

Grato es de vez en cuando esplayar el pensamiento, como es grato al ave nacida bajo la magnífica cornisa de piedra de su espacioso atrio, pasar volando sobre las casas circunvecinas para volver á posar despues entre las grandiosas ménsulas donde fabricó su nido.

A muertos y a idos.... ¡Hermano de mi alma, que por ella se ha condenado; que está en los profundos infiernos por culpa de esta mal nacida!...

La señora Chermidy, nacida sin pasiones y sin virtudes, sobria en todos los placeres, siempre tranquila en el fondo del corazón con las apariencias de una vivacidad meridional, administraba con tanto cuidado su belleza como su fortuna. Cultivaba su frescura lo mismo que un tenor cultiva su voz.

El antiguo millonario sobrellevaba con dignidad su desgracia. Era un hombre de cincuenta años, más bien bajo que alto, la nariz aguileña y la barba canosa. En medio de una existencia ruda conservaba su primitiva educación. Sus maneras delataban á la persona nacida en un ambiente social muy superior al que ahora le rodeaba.

Si por su traje pobrísimo, lleno de remiendos y zurcidos, por sus alpargatas rotas, no comprendían ellos la diferencia entre una cocinera jubilada y una señora nacida de marqueses, pues bien pudiera esta vestirse de máscara, en otras cosas no cabía engaño ni equivocación: por ejemplo, en el habla.

Cuando llegaba la hora de entrar en el tocador se la entregaba de nuevo a su hermana. Del mismo modo, aunque con cierta timidez, nacida del deseo de no ofender a su hermana y formar contraste con ella, Cecilia intervino en el cuidado de la ropa de Gonzalo, y en el arreglo de su despacho.