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Yo veo un bulto tendido en el suelo dijo doña Lupe. ¿Ves algo?... Será algún borracho. Pero observa qué multitud se va reuniendo. Como que los coches no pueden pasar... Y mira qué policías estos. Ni para un remedio. «Señora, mándeme por los fideos... Ya sabe que no hay...» dijo la mona. Vamos... lo que quieres es curiosear...

Hija, te pregunto por saber de él, si está con salud. Se defiende. La herida se le abre cuando menos lo piensa. Vaya por Dios... Dime otra cosa... Mándeme. Quiero saber si has recogido en tu casa a un caballero que le llaman Frasquito Ponte, y si le tienes aquí todavía, porque me dijeron que anoche se puso muy malo».

¿No me haces ningún encargo? me preguntó entre llorosa y risueña. , tía. La ropa limpia. Con ella el traje nuevo. ¿Y nada más? Nada más. ¡Ah! Si escribe Angelina mándeme usted las cartas. Las mete usted en otra cubierta. A mi buen Andrés muchas cosas. Y adiós, tía, que no hay tiempo que perder.... ¡Vaya, un abrazo, señora mía! ¡Otro a usted, señora Juana! Cuide usted de mis pájaros y mis flores.

Su última carta me revelaba un estado moral deprimido por el exceso del trabajo, que había creado en su organismo una excitación nerviosa. «Tengo horror a la tinta, me decía, y desearía huir a los bosques, aunque me crecieran las barbas verdes, para no ver papeles ni sentir las fealdades de las gentes». Pasaron algunos años, durante los cuales solo tuve noticias de él por intermedio de un amigo, cuando un día recibí un telegrama en que me decía: «deberes ineludibles me llaman a mi patria y necesito su ayuda, mándeme por cable quinientos dólares». Mi situación en aquel momento era difícil y me fue imposible ayudarlo.

Pero lo que hay de averiguado es que su padre pidió una vez al Gobierno de La Rioja que lo prendieran para contener sus demasías, y que Facundo, antes de fugarse de los Llanos, fué a la ciudad de La Rioja, donde a la sazón se hallaba aquél, y cayendo de improviso sobre él, le dió una bofetada, diciéndole: «¿Usted me ha mandado prender? ¡Tome, mándeme prender ahora!», con lo cual montó en su caballo y partió a galope para el campo.

Mándeme repitió la chiquilla dando brincos entre risueña y suplicante. Pues anda dijo doña Lupe, que aquel día estaba de buen humor ; si no sales te vas a caer por el balcón. Pero ven prontito... y ten cuidado de limpiarte bien los pies en los felpudos que hay en la portería, porque hay muchos barros... Mira cómo pusiste la alfombra cuando volviste de avisar al carbonero.

Hasta la misma puerta del departamento les siguió el mozo cuando se volvieron a su coche; y a ser Lucía dueña de los brazos de Artegui, los hubiera echado al cuello de Sardiola, a tiempo que éste repetía, entornados los ojos y en el tono con que se reza, si se reza de veras: La Virgen de Begoña vaya con usted, señorito..., que encuentre usted bien a doña Armanda.... Mándeme usted como si fuese un perro, un perro suyo.... Mire usted, que estoy aquí....

Y se acordó de misia Petronila Barrientos, una viuda sin hijos, riquísima, que la visitaba con frecuencia, y en cada visita la repetía sus ofrecimientos de buena vecina y antigua amiga. Casildita, ya sabe que estoy a sus órdenes; mándeme en cuanto pueda serle útil. Ocúpeme con toda confianza, Casildita. A la vuelta vivía, en una casa muy hermosa, de su propiedad...

Si puedo servir en otra cosa á la señora, mándeme... Se retiró al fin, luego de insistir en sus deseos de ser útil á Elena y en la tristeza que le causaba abandonar su servicio. Cerca de la puerta se detuvo para contestar á la marquesa, que le preguntó por su marido. No . Salió esta mañana y aún no ha vuelto.

Mándeme en cambio, a casa, mañana mismo si es posible, todos los libros de bridge que encuentre, en cualquier idioma. El pedido es urgentísimo.» A las veinticuatro horas recibí un cargamento de libros. Importaban una factura de 253.10$ moneda nacional, que pagué sin murmurar, y llenaban dos estantes de mi biblioteca.